MÚSiCA BARROCA
Händel se queda en el Liceu
Emmanuelle Haïm debuta en el Gran Teatre con un monográfico dedicado al compositor alemán al lado de una brillante Sandrine Piau
Händel y su fundamental obra lírica por fin parece haber consolidado el lugar que se merece en el repertorio del Liceu. Esta temporada se ofrecen dos de sus óperas, una en concierto y otra escenificada, oferta a la que hay que añadir ‘Desperate Lovers’, el concierto monográfico del sábado dedicado al ‘caro sassone’ con el debut en el Gran Teatre de la directora francesa Emmanuelle Haïm, especializada en este repertorio. Lo hizo liderando a su aplicado conjunto Le Concert d’Astrée integrado por un puñado de virtuosos al mando de instrumentos de época. Si bien no se trató de una convocatoria multitudinaria, sí acudieron liceístas apasionados del estilo que decretaron un considerable éxito artístico, ya que la lectura de las diferentes escenas operísticas que incluía el programa convenció plenamente por su intencionalidad dramática. Haïm sabe recrear la adecuada tensión teatral que nace de la dramaturgia de la música de Händel, dando a arias, recitativos y oberturas el acento siempre justo. En la única excepción lírica del programa, el ‘Concerto grosso Nº2 del Op. 3’, a la transparencia y claridad de las diferentes voces se unió un gran sentido rítmico que acentuó el carácter dancístico de cada movimiento.
Las escenas líricas revisaron momentos de óperas como ‘Rodelinda’, ‘Tamerlano’, ‘Ariodante’, ‘Orlando’ y ‘Alcina’, junto a la cantata ‘Aci, Galatea e Polifemo’, contando con una impresionante Sandrine Piau, que fascinó por su poder expresivo, por su fuerza comunicadora y por su dominio del estilo. Si bien los trinos ya no son tan claros como debieran –muy evidente al recrear a Alcina–, su coloratura convenció tanto como la sabiduría que demostró para llevarse a su terreno cada una de las escenas interpretadas. El contratenor Tim Mead comenzó con un Andronico (de ‘Tamerlano’) algo inestable de afinación, aunque desde esa primera intervención demostró que lo suyo era el ornamento. Más asentado, posteriormente dominó todo lo que cantó, evitando los graves extremos y adornando profusamente las reexposiciones de las arias ‘da capo’, como en ese ‘Vivi, tiranno’ que se marcó a velocidad de vértigo. Los dúos funcionaron a la perfección, tanto los del programa como esa maravilla de ‘Rinaldo’ regalado como propina, ‘Fermati! No, crudel!’.
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