VIAJE A LOS ARCHIVOS DE LA CAUSA

El juicio que obligó a Alemania a enfrentar los horrores de Auschwitz

La sala durante el juicio de Auschwitz, que empezó en Fráncfort (Alemania) en diciembre de 1963.

La sala durante el juicio de Auschwitz, que empezó en Fráncfort (Alemania) en diciembre de 1963. / periodico

Anna Abella

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Fráncfort, 19 de agosto de 1965: tras 20 meses de proceso, se leía el veredicto del juicio de Auschwitz. En el campo trabajaron 8.000 SS, 6.500 sobrevivieron a la guerra. En el banquillo solo se sentaron 22 acusados, que jamás admitieron sus crímenes ni su culpabilidad pese a estar acusados de asesinato y de haber participado en la maquinaria de exterminio siguiendo las órdenes del régimen nazi. Eran 21 antiguos oficiales de las SS y un capo, que tras la guerra y la desnazificación venían ejerciendo de 'respetables e inofensivos' carpinteros, médicos, carniceros, conserjes o padres de familia. En la sala resonaron las palabras del magistrado Hans Hoffmann, que entre lágrimas dijo que en aquel campo en el que fueron asesinadas un millón de personas "empezó un infierno que una persona normal no es capaz de concebir y para el que no hay palabras".

Pero aquella Alemania de los años 60, la del milagro económico, "no quería mirar al pasado" porque casi todas las familias tenían cosas que ocultar de la era del Tercer Reich. "Los hombres que habían participado en la guerra no hablaban de ello. Existía un sentimiento de culpa y de vergüenza en la sociedad" por haber permitido o participado en el Holocausto, explica Annette Hess (Hannover, 1967), conocida guionista televisiva alemana, poco después de haber hojeado algunos de los expedientes del juicio que se conservan en el Archivo del estado de Hesse, en Wiesbaden, a 40 kilómetros de Fráncfort. Conocía bien su contenido pues ya había escuchado las 400 horas de grabaciones del proceso en internet, en las que se basó para escribir su debut en la novela, ‘La casa alemana’ (Planeta / Columna), que llega a las librerías este martes con los derechos vendidos a 20 países y con proyecto cinematográfico. 

Hess mira con expresión grave cómo el doctor en Historia Johann Zilien saca de unas cajas de cartón actas originales del juicio (el público solo puede consultar la copia digitalizada). 10 metros de estanterías de este archivo histórico acogen los 456 tomos con más de 50.000 páginas originales del proceso. En otra planta conservan 103 grabaciones de los testimonios (algunos de los cuales reproduce la novela) en viejas cintas Basf que son ya piezas de museo. Las hojas amarillean, se ven ajadas. "El papel usado en los 60 no estaba pensado para conservarse y sus ingredientes químicos lo condenan a deshacerse con el paso del tiempo", aclara el historiador, quien coincide con la autora en que "nadie quería sacar a la luz los cadáveres ni hablar de ellos porque casi toda la población había sido del partido nazi. Todos guardaban algún trauma, habían sufrido y solo querían mirar hacia el futuro". 

"En muchas ciudades, tras la guerra, el 90% de los jueces, fiscales, policías... que habían sido del partido nazi volvieron a sus profesiones", explica el historiador Johann Zilien

La propia Hess reconoce que escribió el libro, protagonizado por una joven traductora alemana de polaco en el juicio, reflejo de su propia madre, nacida en 1942, para "llenar las lagunas" que tenía sobre su abuelo. "De joven veía puntos oscuros en las biografías de todo el mundo pero estaba ciega ante la de mi familia. Mi abuelo fue policía en los 50 y lo contaba con orgullo. Pero también lo fue en Polonia cuando Heinrich Himmler dirigía la policía, que en la guerra allí ayudó en las deportaciones. Estoy 100% segura de que mi abuelo sabía lo que ocurría, que participó, y que en el peor de los casos debió matar a gente, pero no pude preguntarle por ello. Nunca habló de la guerra. Puedo vivir con ello. Pero ahora que sé que puedo investigar y averiguar en los archivos si fue un asesino no estoy segura de querer saberlo". 

Los grandes jefes nazis habían sido juzgados, condenados o ejecutados poco después de la guerra. "Cuando se retiraron los aliados, que habían llevado a cabo el proceso de desnazificación, y los alemanes tuvieron que tomar de nuevo las riendas del país, en muchas ciudades, tras la guerra, el 90% de los jueces, fiscales, policías... que habían sido del partido nazi volvieron a sus profesiones", añade Zilien. "Fue un pacto de silencio -apunta la autora-. La sociedad no habría podido avanzar sin ellos porque no había nadie más. Muchos cambiaron el chip y callaron como autoprotección para seguir viviendo".

De los 22 acusados en el juicio de Auschwitz, tres fueron absueltos por falta de pruebas y hubo seis cadenas perpetuas; el resto fue condenado a distintas penas de prisión. Las leves sentencias se deben a que no fueron juzgados por crímenes contra la humanidad (según el derecho internacional) sino según la ley alemana, por culpa individual, difícil de probar y con la atenuante de que cumplían órdenes.

"Las lagunas sobre mi abuelo, que fue policía nazi en Polonia, me llevaron a escribir la novela. Estoy segura al 100% de que él sabía lo que ocurría"

Annette Hess

— Escritora y guionista

Se habían reunido declaraciones de 1.300 testigos, la mayoría víctimas, en los cuatro años anteriores al proceso, impulsado por el fiscal general de Hesse, Fritz Bauer, judío superviviente que persiguió sin descanso los crímenes nazis, el mismo que secretamente facilitó la pista que condujo al Mossad israelí hasta Adolf Eichmann, que acabó en su secuestro en Argentina y su juicio y posterior ejecución en Israel. Fue el Instituto Fritz Bauer quien digitalizó las grabaciones del juicio que la autora consultó.

"No creo que las víctimas pudiesen perdonarles, sobre todo viendo la incapacidad de los acusados de reconocer su culpabilidad", considera Hess. "Asumirla sería admitir que fueron responsables de la muerte de miles de personas. En las SS tenían esa mentalidad de grupo que les protegía. Un pequeño porcentaje eran psicópatas pero la mayoría era gente normal y corriente, como nosotros". 

A menudo, confiesa la escritora, se pregunta qué habría hecho ella. "Cuando mi hija me llama y me dice que ha visto un acto racista en el metro le digo que no se meta, que salga del vagón y llame a la policía. Y me parece terrible decirle eso. Pero imagina que vienen los nazis a llevarse a tus vecinos judíos. ¿Sales y se lo cuestionas? Si tienes hijos pequeños temes por ellos y mantienes cerrada la puerta". Pero le preocupa "el momento en que uno empieza a ser responsable de la pasividad, de no hacer ni ver nada, porque cuando se desata la violencia y la opresión ya es demasiado tarde".

Cathrey Fraunberg, que acompaña a Hess en la visita y tenía 18 años cuando el juicio, aporta su testimonio familiar. A su padre lo echaron de la universidad por negarse a hacer el saludo nazi y su hermana discapacitada se salvó de milagro de acabar en el programa de eutanasia de Hitler, el Aktion 4. "Mi madre era de la Cruz Roja y se libró de afiliarse al partido. En casa siempre se habló abiertamente de los crímenes nazis, pero éramos una excepción. Un tío murió en el frente de Polonia pero en una visita a casa contó que participó en un baño de sangre y que no lo soportaba. Otro tío fue desnazificado pero nunca habló de la guerra".

La novela no olvida otras culpas, como la que encarna un joven abogado judío, inspirado en una profesora de la hija de Hess. "Es la que sienten los supervivientes. Se sienten culpables de no haber podido hacer nada, de haberse salvado". Otros, como la madre de la autora de 'La casa alemana', sienten la culpa heredada de la generación anterior que había guardado silencio. "De niña fui con mis padres al campo de Bergen Belsen pero salimos en seguida porque mi madre se puso a llorar. No podía soportarlo". 

Hess, consciente del resurgimiento de las "corrientes xenófobas y nazis" y de que "los testimonios han muerto o ya son muy mayores" enfatiza la necesidad de "contar una y otra vez lo que sucedió porque está tan lejos en el tiempo que se empieza a olvidar".  

Compartiendo estantes con Mengele y Eichmann

Tras el juicio, los 456 volúmenes de las actas y las 103 grabaciones de testimonios "cayeron en el olvido durante décadas", lamenta el historiador Johann Zilien, uno de los ‘guardianes’ del Archivo del estado de Hesse. Hasta que a finales de los 80 salió de la cárcel el último condenado y el proceso pudo cerrarse jurídicamente. Desde entonces se conservan en sus estantes. Y tanto ellos como el Instituto Fritz Bauer se han encargado de digitalizarlo y de hacerlo accesible en internet. Ahora, tras lograr que la Unesco incluya las actas y grabaciones en el proyecto Memoria del mundo (registro público ‘on line’), esperan que sean reconocidas como Patrimonio Documental de la Humanidad.