CRÍTICA LITERARIA

'Autobiografia de la meva mare': un viento negro y dsolado

ICULT jamaica kincaid

ICULT jamaica kincaid / periodico

Olga Merino

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El lector tiene entre las manos la primera traducción al catalán -presumiblemente muy compleja por el lenguaje poético del original en inglés- de un texto clave en el panorama de la literatura poscolonial caribeña, publicado en 1996. Se trata de la tercera novela de Jamaica Kincaid (Saint John, Antigua y Barbuda, 1949) y tal vez el mejor de sus artefactos narrativos, siempre al límite entre la ficción y las vivencias personales.

Nacida con el nombre de Elaine Cynthia Potter Richardson, de madre india caribe y padre afro-escocés, la autora se traslada a Nueva York a los 17 años y, poco a poco, logra abrirse camino en la escritura hasta que recibe el espaldarazo definitivo de William Shawn, director de la mítica revista 'The New Yorker'. Para la carrera literaria en la que se embarca, la escritora elige un 'nom de plume' bien significativo: un apellido común en el mundo anglosajón, Kincaid, y como nombre de pila el topónimo de la isla que con más empeño luchó contra el imperio británico: Jamaica. O sea, el vencedor y el vencido en la misma sangre. Una declaración de intenciones de lo que representa su obra; esto es, la denuncia de la iniquidad que sigue dividiendo a los descendientes de amos y esclavos en las Antillas y el discurso crítico contra el sistema educativo neocolonial.

En la novela, una fábula ambientada en la isla de Dominica, la anciana Xuela se remonta hasta el minuto de su alumbramiento para narrar su historia de autoconstrucción desde el desgarro: "Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así durante toda mi vida no hubo nada entre yo y la eternidad; a mi espalda soplaba siempre un viento negro y desolado". La voz es clara y directa, sin eufemismos ni piedad. La huérfana, a quien el padre abandona en manos de una lavandera, se transforma en una mujer adulta, incapaz de amar, que renuncia a la fertilidad de su cuerpo para reafirmarse en un medio opresivo, un entorno que le resulta hostil desde todos los flacos: por su género, por su raza, por su clase social. El personaje de Xuela es, pues, un símbolo, una abstracción del sufrimiento de un pueblo, y como tal le falta en ocasiones la ductilidad de lo real.

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