ARTE Y POLÍTICA

El Grand Palais de París repasa el arte bolchevique

'Rojo. Arte y utopía en el país de los Soviets' presenta 400 obras concebidas en el contexto de la Revolución de Octubre

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Eva Cantón

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¿Puede un proyecto político generar su propio arte? Es una pregunta pertinente cuando se recorren las dos plantas que el Grand Palais de París dedica a las obras concebidas en los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917. Pintura, arquitectura, carteles, fotografía, cine y teatro al servicio de un ideal transformador que refleja igualmente las tensiones sobre la función del arte en el universo socialista.

Más de 400 obras, fruto de la colaboración entre el Centro Pompidou, el Museo de San Petersburgo, la galería Tretiakov de Moscú y el Museo Nacional de Bellas Artes de Letonia, se reúnen en la capital francesa 40 años después de la mítica exposición ‘París-Moscú’ organizada por el Pompidou.

A través de autores como Alexandre Rodtchenko, Kazimir Malevitch, Gustav Klutsis, Alexandre Deïneka, Sergueï Eisenstein o Varvara Stepanova ‘Rojo. Arte y utopía en el país de los Soviets’ se interroga sobre los vínculos entre la innovación plástica y las imposiciones ideológicas. Desde el arte productivista hasta el realismo socialista, plantea contradicciones y refleja purgas. Repasa, en fin, el tramo histórico que va de la Revolución a la muerte de Stalin en 1953.

"Los muros son nuestros pinceles"

Dividida en dos partes, la exposición arranca con la aportación de las vanguardias al ideal revolucionario. Muchos artistas como Maïakovski, movidos por sus propias convicciones, se suman entusiastas al proyecto bolchevique, que abre la puerta a usar el espacio público y huir del caballete. "¡Los muros son nuestros pinceles, las plazas nuestras paletas!", decía Maïakovski en 1918.

Hay que movilizar a las masas para que la Revolución triunfe y muchos artistas participan en los dispositivos de agitación y propaganda ‘agit-prop’. Fotografías y carteles reflejan unas calles donde todo es una fiesta. Pero a partir de 1920, las vanguardias empiezan a estar mal vistas. Acusados de tratar con indiferencia al proletariado y de abrazar "el formalismo burgués", el llamado "arte de izquierdas" inicia sus horas bajas cuando Stalin les declara la guerra.

Toma el relevo la Asociación de Artistas de la Rusia Revolucionaria, creada en 1922 con la misión de documentar artísticamente el apogeo revolucionario. Su éxito es inversamente proporcional a la calidad artística de las obras creadas a mayor gloria del socialismo.

Con el primer plan quinquenal de Stalin y el giro que imprime en 1929 la revolución cultural para erradicar a los "enemigos de clase" y desenmascarar a los saboteadores, se alimentan las teorías del complot difundidas ampliamente por las artes visuales.

Arte para educar

"El arte adquiere una dimensión educativa. Le propone a la gente un modelo de lo que debe ser el futuro socialista. Vemos en los cuadros a maestros radiantes, obreros enérgicos y deportistas entusiastas. Todo son imágenes positivas", resume el comisario de la exposición, Nicolas Liucci-Goutnikov, mientras recorre el tramo final la muestra.

Hay, además, una fuerte cultura del deporte. El cuerpo-máquina del atleta se convierte en un estereotipo del arte soviético que a partir de los años treinta se militariza por el temor del régimen a una agresión exterior.

El tema es recurrente en las fotografías de Rodtchenko y en pinturas como ‘Donbass, pausa para comer’ o ‘Plena libertad’ de Alexandre Deïneka. El optimismo es un ingrediente esencial de la estética realista que genera imágenes idealizadas y nuevas figuras heroicas.

En los años 30 todo culmina en una forma canónica, aburrida y académica que bebe de los pintores rusos de la segunda mitad del XIX y produce retratos mitificados de Lenin y Stalin. De los grandes cuadros de Alexandre Guerassimov o Vassili Efanov se reproducen millones de ejemplares en postales y carteles. En resumen, ¿existe un arte del comunismo? "La pregunta se responde fácilmente: no", sostiene el comisario.

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