EL LIBRO DE LA SEMANA

Luis Landero: el punto de saturación de la confidencia

Una excelente novela en la que el autor amplia su marco narrativo a una trama familiar y coral

El escritor Luis Landero.

El escritor Luis Landero. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Hace 30 años, desde 'Juegos de la edad tardía' (1989), que Luis Landero viene explorando la épica del hombre medio o incluso mediocre. Ha escudriñado los recovecos del hombre (casi siempre son varones) del montón, del hombre- muchedumbre sin que, por ello, sus protagonistas sean sencillos o primarios sino todo lo contrario. Sus criaturas erráticas, entre la fragilidad de carácter y la precariedad existencial, son hervideros de frustraciones y sueños aplazados donde se cuecen también los sentimientos menos nobles, la perversidad o el egoísmo ciego. En el claroscuro de las contradicciones de sus personajes se refleja turbiamente el de los propios lectores, que pueden sentir fácilmente que la ficción de Landero habla de ellos de forma oblicua, unas veces con ironía afilada y otras con compasiva ternura. Estos materiales de luz y sombra insuflan una densa humanidad y una fuerte coherencia a su obra, incluidos sus libros de corte más autobiográfico como 'El balcón en invierno' (2014).

Esta última novela no se sustrae a esa coherencia ni a la radiografía de interiores humanos, pero trae la novedad de sustituir la figura del individuo inadaptado, extravagante o inmaduro por todo un cuadro familiar. Ello le obliga a trabajar con un protagonista colectivo y coral, porque cada miembro de la familia posee no solo una voz propia sino una versión distinta del pasado compartido. Quienes tienen el control de la familia son los hermanos Sonia, Andrea y Gabriel, quienes convierten a Aurora, la esposa de este, en oyente de sus desahogos. Al margen de ese guirigay muy bien ordenado por Landero quedan Horacio, el exmarido de Sonia, y la madre, para cuyo 80 aniversario Gabriel propone organizar una fiesta. Horacio y la anciana quedan oportunamente fuera de foco porque ellos encierran la clave del temblor que ha resquebrajado los cimientos de esa familia. Solo las familias desdichadas, que lo son cada una a su modo, son carne de novela (como sabía Tolstoi), porque las felices repiten todas una misma (y afortunada) historia. Esta es una familia podrida en sus raíces y los hermanos se dedican, con sus confidencias, a desenterrar esa corrupción. Landero exhibe ante el lector los recuerdos (tergiversados, maquillados, inventados… o no) de cada uno, las razones ya dichas y las calladas, los rencores estofados durante años en el fuego lento del victimismo, las querellas íntimas. No son ajenos a ese pozo de cieno la muerte temprana del padre, el insensible pragmatismo, el favoritismo y la insensibilidad de la madre y, ante todo, el matrimonio forzado entre Sonia, con solo 15 años, y el siniestro Horacio que le dobla la edad y cuya monstruosidad no se revela sino en el momento más pertinente. Con la confrontación de recuerdos y versiones vuelve a jugar Landero con la perspectiva múltiple del relato, pero aquí no es un juego técnico sino que tiende a mostrar que la verdad, acosada por la falsedad, puede acabar sucumbiendo.

Aunque la víctima auténtica y diría que la protagonista de esta novela de perfecto engranaje es la que se limita a escuchar: Aurora. La escuchadora impecable y comprensiva, siempre dispuesta, con la que todos se sienten comprendidos y a la que vuelcan su carga de basura mental. La fiesta de cumpleaños acelera e intensifica esa

descarga tóxica y Aurora se va saturando poco a poco con el flujo continuo de indigestas revelaciones hasta ser la que lo ve todo y lo sabe todo. Pero la bondad pasiva del confidente también tiene un trágico punto de saturación. La novela, excelente.