FUNERAL

Enrique de Hériz, una vida plena

Amigos, editores, autores y periodistas dan su último adiós al escritor fallecido el pasado jueves

Los escriitores José Ovejero, Rosa Montero y Mercedes Abad, despiden a Enrique de Hériz en el Tanatorio de Les Corts.

Los escriitores José Ovejero, Rosa Montero y Mercedes Abad, despiden a Enrique de Hériz en el Tanatorio de Les Corts. / periodico

Elena Hevia

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Si una de las más certeras medidas de un hombre es el número de sus amigos, es fácil decir que Enrique de Hériz fue grande por toda la gente, tantos y tantos, que quisieron acompañarle este domingo en su despedida en el Tanatorio de Les Corts. Un adiós doloroso por prematuro que congregó a buena parte del mundo de la edición, de la que el escritor barcelonés, fallecido a los 55 años, también formó parte. Allí estaban Pere Sureda de Navona, Elena Ramírez de Seix Barral, Anik Lapointe de Salamandra y Daniel Fernández de Edhasa,  pero también sus alumnos de la Escola d’Escriptura del Ateneu, sus amigos escritores como José Ovejero, Rosa Montero, José Manuel Fajardo, Mercedes Abad y Olga Merino y el fotógrafo Daniel Mordzinski que lo retrató echando a volar palomas, feliz  y “disfrutón”, como le había definido Montero.

Es difícil que un homenaje fúnebre retrate al ausente de cuerpo entero, pero en el caso de De Hériz éste apareció en toda su humanidad, como amigo, hermano, padre y esposo, más allá de su enorme valía como escritor y prescriptor literario y de su huella como traductor. Así conocimos que en su canon de urgencia se citaban ‘Últimas tardes con Teresa’ de Juan Marsé, ‘El teatro del Sabbath’ de Philip Roth y la poesía de Roberto Juarroz, una de sus obsesiones literarias. De ahí que el poema ‘No tenemos un lenguaje para los finales’ del argentino fuera traído por su gran amigo, cómplice y confidente Pere Sureda. “Ha sido un gran privilegio y un regalo haber sido tu amigo”, dijo.

El hombre tranquilo

Así supimos gracias al periodista y compañero en este diario Óscar López de su calmada habilidad para seducir y para la charla amigable y sin relojes por medio. El mismo sosiego con el que abordó sus cuatro novelas cocidas a fuego lento, ‘El día menos pensado’, ‘Historia del desorden’, ‘Mentira’ y ‘Manual de la oscuridad’. Su tranquilidad no le hacía inmune al entusiasmo con el que abordaba otros proyectos como tocar el clarinete –aprendió a hacerlo  al tiempo que escribía ‘Mentira’, la novela que más alegrías le dio- correr la maratón, cocinar, aprender magia, dar clases, construir muebles, arreglar tuberías, escribir artículos políticos, navegar, descubrir nuevos libros, traducirlos… Evocó López su última comida juntos en la que De Hériz reflexionó cerca del final. “Lo importante no es vivir poco o mucho, lo importante es haber tenido una vida plena y la mía lo ha sido”, valoró.

Rosa Montero, que tanto le quiso, se valió de tres poetas, Salvatore Quasimodo, Jorge Luis Borges y el mexicano Elías Sandino para honrarle y Merche, la hermana mayor, leyó un poema escrito en 1976 por José Luis Guerrero Aroca en ocasión de la muerte, también prematura, del padre del escritor.

Hospitalario y acogedor

El momento más emotivo fue para la viuda, la editora Yolanda Cespedosa. Con voz clara, férreamente controlada, leyó la carta que el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, casi un hermano, envió a sus hijos, Martín y Clara: una evocación de los 20 años de amistad con De Hériz, que fue la persona que le acogió a él y a su esposa cuando la pareja decidió instalarse en Barcelona durante unos años. “Hospitalario y acogedor como si la vida le fuera en ello, cuántas vidas transformó para siempre”.  También convocó el descubrimiento de que la famosa traducción que Julio Cortázar hizo de ‘Robinson Crusoe’ no estaba completa y tuvo que ser él quien lo advirtiera e hiciera una nueva traducción, de nuevo con Edhasa. “Para permitirme a mí poder decir sin exagerar un ápice que mi mejor amigo era alguien capaz de enmendarle la plana a Cortázar”, escribe Vásquez.

A la salida del funeral, Daniel Fernández, ya en los corrillos, quiso recordarle en su último verano, a bordo de su barco, cuando su capacidad para disfrutar estaba en su cenit. Levantando el ancla con toda sus fuerzas.