CRÍTICA DE CINE

Crítica de 'Triple frontera': viejos placeres servidos con mano sólida

El director J.C. Chandor mantiene viva la idea de un cine de acción adulto, realista y amargo

Un fotograma de 'Triple frontera', de JC Chandor

Un fotograma de 'Triple frontera', de JC Chandor

Juan Manuel Freire

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No todo lo que hace Netflix es digno de genuflexión, pero hay que celebrar su interés por defender nobles causas perdidas y tomar riesgos que los grandes estudios tradicionales ya no parecen decididos a tomar. El año pasado, se encargaron de distribuir internacionalmente 'Aniquilación' porque Paramount no sabía cómo vender esa ciencia ficción cerebral y existencial. Fueron ellos quienes creyeron en la 'Roma' de Cuarón y en 'The irishman' de Scorsese. Y con el estreno de 'Triple frontera', defienden cierto cine de género de presupuesto medio, hecho para adultos, con buenos actores y director interesante, antaño fácil de encontrar en las salas, pero ahora casi un unicornio. 

¿Cuánto hace que no vemos en sala una película de acción con un ápice de autenticidad, en la que cada golpe duela y la violencia deje huella a varios niveles? El director J.C. Chandor ('Cuando todo está perdido') quiere mantener viva esa noción con 'Triple frontera', y solo la tan discutida plataforma le ha dado los medios (difíciles de precisar, pero considerables) para completar una utopía que fue, en principio, la película que iba a dirigir Kathryn Bigelow tras la oscarizada 'En tierra hostil'.

Tipos duros de misión

A partir de un guion de Mark Boal reescrito por él mismo, Chandor ofrece aquí un nuevo y excelente ejemplo del subgénero 'hombres duros en una misión', en el que no son ahora doce criminales del patíbulo, sino cinco exmilitares (Ben AffleckCharlie HunnamOscar IsaacPedro Pascal y Garrett Hedlund: un 'allstars' de la testosterona carismática), todos ellos con problemas para ajustarse a la vida normal (justamente como el héroe de 'En tierra hostil'), quienes se lanzan a la aventura para llevar a cabo una gesta moralmente ambivalente: eliminar a un señor de las drogas y, de paso, quedarse su fortuna. 

Chandor se acerca a la vieja fórmula con mano sólida, diseñando una acción generalmente inteligible, en la que el espectador sabe dónde está y de dónde vienen los tiros. También se preocupa por dotar a sus héroes de ciertas reticencias morales; son conscientes de estar perpetuando un statu quo de violencia endémica, así como del peso filosófico de cada muerte. Las miradas de los hijos de los hombres que matan se clavan como puñales. Esto no es otro 'slasher' militar al estilo 'Rambo: Acorralado Parte II'; se parece un poco más a un 'Sin perdón' en los Andes. 

Dejando a un lado que algunas de sus mejores imágenes no se habrían podido rodar, quizás, algunas décadas atrás (cierta secuencia de helicóptero deja sin aire), estamos en terreno maravillosamente anacrónico. Si en 'El año más violento' Chandor jugaba (seriamente) a ser el nuevo Sidney Lumet, en el segundo tramo de este viaje nos retrotrae al William Friedkin quijotesco de 'Carga maldita', que es como decir el John Huston de 'El tesoro de Sierra Madre'. Una clase de nombres y referencias, por desgracia, poco manejados últimamente para hablar sobre nuevas películas.