OTROS ESCENARIOS POSIBLES

Tambores de resistencia

Las puertorriqueñas Mancha `E Plátano protagonizaron un explosivo fiestón de ritmos afrocaribeños en una coctelería de Poble Sec

Concierto de Mancha 'E  Plátano en el bar Aguanile de Poble Sec.

Concierto de Mancha 'E Plátano en el bar Aguanile de Poble Sec. / periodico

Nando Cruz

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En el siglo XVIII, los esclavos de Puerto Rico utilizaban los barriles de ron como tambores para comunicarse sin que sus patrones supieran de qué hablaban. Aquellos ritmos no solo servían para bailar y evocar la música de sus ancestros africanos, sino también para anunciar una inminente fuga en la hacienda. Tres siglos después, una coctelería de Poble Sec especializada en ron programa un concierto de Mancha ‘E Plátano, un grupo de jóvenes puertorriqueñas que con sus tambores recuperan la música del país que un día tuvieron que abandonar.

Aquellos barriles de los esclavos, llamados de bomba, darían el nombre al género que practican hoy Marina, Daniela, Ámbar, Isadora y Mari Carmen: la bomba. Aunque históricamente esos tambores solo los han tocado hombres, Mancha ‘E Plátano ha convertido la bomba en un explícito y atronador altavoz de sus demandas feministas. Hoy Maricarmen no pudo venir y Osvaldo tocará las maracas. Horas después del 8 de marzo, el recital empezará así: Isadora abre un libro y lee un poema mientras Marina y Daniela golpean sus tambores con las manos y Ámbar repica el costado de un tercero con dos bastones.

 “Tú eres de tu marido, de tu amo / Yo no; yo de nadie o de todos”, declama, mientras el latido de los tambores crea un clima de rito afrofeminista. “Tú eres dama casera, resignada, sumisa / Atada a los prejuicios de los hombres / Yo no; yo soy un Rocinante corriendo desbocado / Olfateando horizontes de justicia de Dios”, añade ya de memoria. Son versos de Julia de Burgos, poeta puertorriqueña de mediados del siglo XX. Isadora concluye el poema y los tambores dejan de sonar. El público, helado, no sabe si aplaudir. Un redoble de Marina rompe el hechizo. La fiesta de la bomba va a empezar.

Hagan hueco en el batey

El chileno Miguel Díaz abrió Aguanilé hace dos años y cada viernes y sábado programa actuaciones de grupos latinos. Cuesta creer que hace diez minutos aquí solo hubiese cinco personas porque ahora ya no cabe un alfiler. El público se agolpa al fondo del local, lejos del cocotero de la entrada, de la tabla de surf del techo pintada como la bandera de Puerto Rico y de los retratos de Celia Cruz y Rubén Blades. Habrá que hacer un hueco en el batey o pista de baile para que Isadora pueda danzar con su falda colorada. El grupo interpreta ‘Matilde’, una bomba que habla del recelo de los patrones de las haciendas azucareras ante aquella música de tambores. Le seguirán más letras sobre el dolor del migrante y la dignidad de la mujer. Al final de cada una, el público debe gritar: ‘¡Bomba!’.

El ambiente en el Aguanilé es de pura fiesta. Los pliegues de la falda de Isadora rozan las caras del público sentado en el suelo. Imposible sentir más cerca esta música nacida a siete mil quilómetros. Imposible no sentir bien dentro el latido de estos tambores. Y su intención. Son tambores de resistencia, son tambores que transmiten sentimientos centenarios, tambores que reúnen a decenas de migrantes un sábado noche en un bar de Poble Sec, tambores que discuten los roles impuestos por la tradición. Son tambores con los que añorar, pelear… ¡y perrear! “Somos mujeres empoderadas y feministas. ¡Y nos encanta el reguetón de los 2000!”, aclaran justo antes de sacudir caderas y prejuicios al son del ‘Yo quiero bailar’ de la gran jefa reggaetonera de su país: Ivy Queen.

Nacidas en la Maceta 

Mancha ‘E Plátano se formó hace un año en La Maceta de Gràcia, uno de esos bares en el que la gente se reúne para improvisar y donde cualquiera puede ser músico por unos minutos. Cogieron las congas, tocaron una bomba y el público quedó noqueado. También a ellas les sorprendió el poder de aquella música. Ninguna es percusionista de formación, pero habían mamado ese ritmo desde la niñez. Meses después trajeron dos tambores de Puerto Rico. Isadora llevaba seis años en Barcelona, pero las demás prácticamente acababan de aterrizar.

Un año después, conocen prácticamente a la mitad del público que llena el local. Y partiendo de la bomba puertorriqueña, ya se atreven con otros ritmos latinos de raíz africana. La segunda parte del guiso (así llaman al concierto) arranca con un mapalé colombiano. Y luego, más canciones sobre sufrimiento, dignidad, distancia y empoderamiento. En el local hay la luz que hay, muy poca, pero los destellos de vida que desprenden los tambores son cegadores. “No hay quien me diga a mi dónde crecer / No me va a doler / No me da pena / Las flores del campo crecen donde ellas quieran”, han cantado hace solo un rato.

La bulla del público del fondo no les afecta: “Hablen habladores, yo sigo con mi rumba / Mientras suenen los tambores a mi nadie me tumba”, cantan ellas. Cada vez más gente del público se anima a marcarse unos bailes. El nivel es excepcional: coreografías impulsivas que van del rigor tradicional al freestyle moderno. Marina intenta adivinarlas para realzarlas con sus golpes de tambor. La fiesta se sale de madre cuando el grupo vuelve al reguetón y se marca el ‘Atrevete te te’ de Calle 13. Todo el público está en pie bailando y gozándolo en esta discoteca del tamaño de una habitación de matrimonio. ¿Qué importa si te gusta Green Day? ¿Qué importa si te gusta Coldplay? Y aún tiene que llegar ese saxofonista que desde un rincón se sumará a la recta final del 'party'. “¡Una más y no jodemos más!”, exclaman varias mujeres, una y otra vez, intentando convencer a las puertorriqueñas para que sus tambores nunca dejar de sonar.

Es la una y media de la madrugada. Miguel suplica al grupo que lo deje ya. Una vez más se ha invalidado el tópico que afirma que la gente ha perdido el hábito de ir a conciertos. Y ese según el cual la sobreoferta musical impide que los sonidos minoritarios encuentren su público. El problema hoy no ha sido atraerlo, sino sacarlo del bar. “¡Gracias!”, grita alguien cuando los tambores callan. Los aplausos son insuficientes para agradecer la tremenda experiencia que se ha vivido en el Aguanilé. Cultura viva en su más vibrante y vivificante expresión. Camino de la calle, llama la atención ese cuadro colgado en la pared. ‘Puerto Rico All Stars’, se lee. Obviamente, está dedicado a ellas.