CRÓNICA

¿Es eso deseo?

El pianista de jazz Brad Mehldau y el tenor Ian Bostridge debutaron a duo en Barcelona estrenando un ciclo de canciones sobre la lujuria

icult BRAD MEHLDAU

icult BRAD MEHLDAU / periodico

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En tiempos de Instagram, reggaetón y culto al cuerpo, explorar la lujuria a través de un ciclo de canciones líricas para piano y voz tenor basados en poemas de Shakespeare Yates parece un anacronismo. O un desvarío. Brad Mehldau, uno de los músicos de jazz más influyentes del cambio de siglo, se ha propuesto eso mismo. Entender la lujuria, indagar en su naturaleza. Por lo menos, eso dicen las eruditas notas que escribió para el programa de su debut en Barcelona con Ian Bostridge, tenor británico de primera fila, el martes en L’Auditori. Eruditas y algo espesas: esas canciones que ha compuesto son, anuncia, “una indagación en los límites de la ironía romántica post-#MeToo”. Aguanta.

La atracción por las pulsiones más íntimas ha estado siempre viva en la música del pianista. Si en los años 90 Mehldau tocó tanto la fibra al público de su generación fue por esa exploración de la intimidad. Entonces indagaba en ese runrún interno rumiando improvisaciones sobre estándares de jazz, oscuras piezas propias y canciones más oscuras aún de Nick Drake o Radiohead. Y ahora se lanza a hacerse preguntas a través de los clásicos de la música y la literatura europeas. El ciclo de canciones 'The folly of desire' (la locura del deseo) arrancó con una música áspera sobre un poema de William Blake que Bostridge decía con intensidad y algunos espectadores seguían con la mirada clavada en el programa de mano. La música se volvía luego serena con Shakespeare, burlona cuando el texto era de Bertold Brecht y sórdida con un poema de e. e. Cummings sobre chicos indomables que escupen y sacuden las montañas cuando bailan y chicas que se masturban con dinamita. Imágenes de mucha potencia que Mehldau Bostridge convertían en música que evitaba a lo obvio, poniendo siempre algo de distancia crítica entre lo que se decía y el cómo se decía.

En eso fue un maestro Schumann, uno de los compositores fetiche de Mehldau, a quien dedicaron la segunda parte del concierto. Bordaron las canciones de su 'op. 48, Dichterliebe', basada en poemas de Henrich Heine, que bien podría ser el modelo en el que pianista y cantante se inspiraron para construir su propio ciclo de canciones. "¿Sabéis por qué el ataúd debe ser tan grande y pesado? Porque dentro pondré mi amor y mis penas", sentencia el poeta al final de la pieza. Dicho a la tremenda sería demoledor, excesivo. Dicho con contención, como lo quiso Schumann, deja una sensación de inquietud mucho más poderosa. Ahí es donde Mehldau es él mismo, interrogándose, interrogándonos.