CRÍTICA DE TEATRO
Milo Rau destapa el genocidio de nuestros días
En el Teatre Lliure, actores discapacitados son las víctimas alegóricas de la sádica adaptación de 'Saló o los 120 días de Sodoma' de Pasolini
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Manuel Pérez i Muñoz
Si a la "élite cultural" de Barcelona –como se refería a ellos el espectáculo– le hubieran pronosticado que acabaría la noche del viernes en el Lliure asistiendo a un alegato antiabortista, muchos de ellos no hubieran dado crédito. Así es el teatro del suizo Milo Rau, incómodo y resbaladizo, lacerante. Mientras zarandea el panorama europeo con su Manifiesto de Gante –que prohíbe las adaptaciones literales de textos clásicos– sigue provocando controversia allá donde se presenta. Y vaya si lo consigue.
'Die 120 Tage von Sodome' se inspira en la última y escandalosa película que rodó Pasolini antes de ser brutalmente asesinado, versión a su vez del sangriento alegato contra las fuerzas del antiguo régimen que escribió Sade. Si el film se centraba en los instintos sádicos y homicidas que un grupo de prohombres del fascismo italiano descargan sobre jóvenes secuestrados, en la función la alegoría se lleva más lejos. Se utilizan actores discapacitados como víctimas para representar la violencia sorda y cotidiana del Occidente contemporáneo. "¿Por qué lo hacen?", se pregunta un intérprete con síndrome de Down. "Porque pueden", le contesta uno de los actores "no especiales" de la Schauspielhaus Zürich que representan a los torturadores. Escalofriante.
La gracia del mecanismo reside en retorcer nuestros prejuicios: ¿Pueden los actores discapacitados de la compañía HORA representar escenas de violencia extrema y sexo explícito? De la forma como la sociedad manipula y protege a sus ciudadanos más vulnerables se destila un retrato de sus egoísmos y vilezas. Nueve de cada 10 embarazos diagnosticados con algún tipo de discapacidad acaban en aborto, nos informan, algunos tipos no se detectan hasta el séptimo mes de gestación. Así lo relata en primera persona un actor que optó por la interrupción, y lo dice junto a su compañero discapacitado que le consuela con una palmada en la espalda. La idea eugenésica de exterminio se escampa por platea como una mancha de aceite.
La verdad de la mentira
El estremecimiento no es nuevo. Por suerte hemos visto en Catalunya casi todas las obras de Rau. 'Five Easy Pieces' nos destrozó por dentro al utilizar niños para explicar la historia de un asesino pederasta. El mecanismo se repite aquí. Como en un rodaje, se combina la representación de las terribles escenas de la película –siempre vemos el truco para dejar claro que en teatro todo es mentira– con otras de corte más distendido, con los actores hablando de frustraciones diversas y castraciones literales. Se añade una desconcertante capa de iconografía cristiana, crucifixión incluida, que retuerce aún más la digestión. Si el objetivo del buen arte es agitarnos, aquí tendríamos una obra maestra.
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