CRÓNICA DE DANZA

'Venezuela': humano, demasiado humano

La Batsheva Dance Company cuelga el 'no hay entradas' en el Mercat para todas las funciones de 'Venezuela', coreografía de Ohad Naharin donde indaga en las relaciones entre el individuo y la comunidad

Un momento de la representación de 'Venezuela' a cargo de la Batsheva Dance Company

Un momento de la representación de 'Venezuela' a cargo de la Batsheva Dance Company / periodico

Valèria Gaillard

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Entradas agotadas para todas las funciones de 'Venezuela', la última coreografía que Ohad Naharin presenta en el Mercat de les Flors hasta este domingo. Y es que a nadie se le escapa que la Batsheva Dance Company –que, por cierto, Naharin ya no dirige– es sinónimo de excelencia, y así lo han demostrado en todas la visitas que ha hecho a la capital catalana.

'Venezuela', nombre que escogió por su sonoridad y que no tiene nada que ver con el país suramericano, propone un juego: una misma coreografía bailada por dos grupos distintos de bailarines, y con una luz y una música diferentes. Lejos de ser una mera repetición, se produce un eco, una reverberación y la pieza cobra una nueva dimensión. La idea es mostrar como un mismo gesto puede tener significados distintos. Si buscamos las ocho diferencias entre las dos partes, encontramos una que salta a la vista: en la primera, que se interpreta al ritmo letárgico del canto gregoriano, los bailarines cubren a otro con unos trozos de sábana blanca. Lo expulsan del grupo, que acto seguido entra en decadencia. En la segunda, bajo la música ensordecedora del rock y la electrónica, los trapos blancos se han convertido en banderas (inventadas). Religión, política… la catástrofe es evidente y Naharin, israelí, lo sabe de primera mano.

Risa y rechazo, alternativamente

Respecto al lenguaje coreográfico, desfilan por 'Venezuela' desde los típicos movimientos, aquí doblemente acelerados, de los bailes de salón, que contrastan con la monotonía del gregoriano, hasta las contorsiones más dislocadas, movimientos entrecortados y robóticos, que los bailarines interpretan uno a uno, mostrando su personalidad. A nivel de imágenes, destaca la cadencia que crean los bailarines con los pies cuando corren, sincronizados, por el escenario, y que recuerda el latido de un corazón, el de la comunidad. O bien el bello cuadro contemplativo de las bailarinas sentadas a los lomos de los bailarines, paseándose arriba y abajo del escenario, retrocediendo y avanzando.

'Venezuela' sugiere, provoca la risa y el rechazo alternativamente, hipnotiza, todo ello para indagar en las relaciones entre el individuo y la comunidad. Naharin viene a plantear en esta coreografía estrenada en el 2017 que los individuos se encuentran a un lado u otro de la frontera, rezan a un dios u otro casi por azar; subraya la absurdidad, en definitiva, en la que se basa todo conflicto. De hecho, su mensaje es humanista y defiende, tal como se lee en el programa, que “vivir juntos es posible”. Ahora bien, el estupor con el que concluye la obra parece indicar que coreografía, es decir, la historia del conflicto, aunque con una música diferente y nuevos intérpretes, se puede renovar sin fin.