CRÍTICA DE CINE
'Destroyer. Una mujer herida': una segunda oportunidad
Desde el punto de vista ortodoxo, el filme no deja de ser una peripecia criminal protagonizada por una antiheroína y que sigue las pautas del 'thriller' clásico. Pero a Kusama le interesa más indagar en la fractura interior y exterior de su protagonista

Tráiler de 'Destroyer: Una mujer herida' (2018) / periodico

Quim Casas
Quim CasasPeriodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Estandarte de un cine de terror o fantástico desde la perspectiva femenina, en la que el cuerpo es el centro de todas las cosas ('Aeon Flux', 'Jennifer’s body', 'La invitación'), la realizadora Karyn Kusama varía de género en 'Destroyer. Una mujer herida', aunque no así en la centralidad del cuerpo femenino. La directora está acostumbrada a trabajar con actrices de presencia poderosa (Michelle Rodriguez, Charlize Theron, Megan Fox) y ahora lidia con una estrella aún más magnética, Nicole Kidman, a la que no duda en transfigurar físicamente, como si las estrellas más hermosas necesitaran tomar distancia con su cuerpo para demostrar sus cualidades interpretativas.
Demacrada, cansada, afeada, hastiada y baqueteada, la protagonista de 'Destroyer' vivió en el infierno y no ha sabido salir de él. Erin fue una agente infiltrada en una banda criminal. Psicológicamente no ha podido restablecerse y ha perdido lo poco que tenía. Físicamente es un alma en pena. Arrastra además el sentimiento de culpa por unas muertes que sus actos provocaron. Pero ya sabemos que, en la tradición norteamericana, siempre hay una segunda oportunidad. Y a Erin se le presenta cuando vuelve a entrar en escena el líder de aquella banda.
Desde el punto de vista ortodoxo, el filme no deja de ser una peripecia criminal protagonizada por una antiheroína y que sigue las pautas del 'thriller' clásico. Pero a Kusama le interesa más indagar en la fractura interior y exterior de su protagonista, en la relación distante que mantiene con su hija adolescente, en los vínculos entre los hechos del presente y los ecos del pasado e, incluso, en el proceso de redención que lleva a cabo al final. Más tragedia que relato policiaco, está también demasiado apoyada en su personaje principal, de forma que los demás nunca terminan de tener entidad por si mismos.
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