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'El chico de la última fila': jugando con los límites de la realidad y la ficción

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Eduardo de VIcente

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¿Dónde acaba la realidad y empieza la ficción? Este apasionante juego nos lo propone, por ejemplo, la premiada película Entre dos aguas, pero hay muchas más obras que nos someten a este reto. Entre ellas destaca el texto teatral El chico de la última fila, de Juan Mayorga, que alcanzó una gran repercusión internacional tras ser llevada al cine por François Ozon con el título de En la casa. Ahora tenemos la oportunidad de descubrir el original en un montaje dirigido por Andrés Lima (Animalario) que cuenta con un reparto de excepción.

Sergi López es un profesor de Literatura cansado de bregar con unos alumnos ignorantes que no tienen tampoco ningunas ganas de aprender, pero se sorprende cuando uno de los estudiantes (Guillem Barbosa) se presenta con una redacción muy detallada y bastante bien escrita de su breve estancia en casa de un compañero. El maestro comparte con su mujer (Míriam Iscla) su sorpresa ante la calidad de sus textos que acaban siempre con la palabra “continuará”. Pero también tienen un elemento algo turbio, ya que penetra sin reservas en la intimidad de la familia de su amigo.

Entre la verdad y la mentira

¿Qué hay de cierto y de inventado en sus folios? ¿Realmente todo lo que nos cuenta lo ha vivido o lo ha fabulado para escandalizar a su educador? Ahí está el motor de este espectáculo que también requiere que el público complete los puntos suspensivos que van quedando por el camino… y cualquier explicación puede ser válida.

El humor está muy presente al principio desde las redacciones perezosas de los chicos ante las que no cabe sino reírse o los frecuentes guiños cómicos sobre el arte contemporáneo. La esposa del profesor lleva una galería especializada en esta materia e intenta buscar una exposición para salvar el cuello con propuestas tan surrealistas y absurdas como la “pintura verbal”. Igualmente resulta irónico comprobar cómo el matrimonio se va convirtiendo en yonqui de los escritos del muchacho y necesita su ración diaria cada vez más. Pero la sonrisa se va congelando a medida que avanza la trama.

El contraste entre alumno y maestro

El centro de la historia es la relación entre el joven, que aparenta ser discreto y callado, y el adulto, que intenta ayudarle, pero no destaca sus virtudes sino sus defectos para que mejore su escritura sin darse cuenta de que está cayendo en una perversa trampa. Y es que el chaval manipula a sus personajes (o los padres de su amigo si creemos que son reales) retorciendo la historia con consecuencias inesperadas.

La escenografía es bastante sencilla y en la misma destaca una cortina a mitad del escenario que se hará servir para esconder lo que ocurre en la casa o que solo podamos vislumbrarlo en algunos momentos. La iluminación, en tonos cálidos sin grandes alardes, también contribuye a la tensión.

Sorprende que la obra se represente en castellano ya que el reparto es catalán y suena algo extraño escucharles, pese a que debería ser natural ya que tanto el texto original como el director se expresan en esta lengua. Más allá de este detalle puntual, se trata de un texto muy trabajado al servicio de un elenco compenetrado que funciona como un reloj. Está siendo un éxito rotundo agotando entradas a menudo. ¿Continuará?