CRÍTICA
'14 de julio': cómo se tomó la Bastilla
Éric Vuillard utiliza recursos parecidos a los de la exitosa 'El orden del día' para relatar el detonante de la revolución francesa
El año pasado pudimos leer la traducción de 'El orden del día', centrada en la anexión de Austria al Tercer Reich, y ahora, tras el entusiasmo que generó, llega la novela anterior del mismo autor, '14 de julio' (Edicions 62 en catalán y Tusquets, en castellano). Los lectores encontrarán coincidencias, ya que Éric Vuillard (Lyón, 1968) utiliza recursos similares: se centra en un momento histórico relevante y lo narra como si lo hubiera presenciado, respetuoso con la historia y generoso en los recursos. El resultado es un conjunto de escenas que hacen que el lector se haga una idea concreta y colorida de lo que sucedió. Vuillard no ficcionaliza el pasado, sino que lo literaturiza: convierte una documentación ingente en escenas ligeras, versiones modernizadas de aquellos 'Momentos estelares de la humanidad' que Stefan Zweig publicaba hace casi un siglo.
Vuillard nos cuenta con detalle lo que hasta ahora conocíamos de una manera tan resumida que era como si no lo supiéramos: la vida regalada en Versalles, la deuda acumulada, el baile de ministros. Vemos la formación de los Estados Generales, los primeros momentos de rebelión, la expulsión de armas en el Monte de Piedad y los Inválidos (entonces una residencia militar). Llegamos a la Bastilla, asistimos a la toma del patio, del puente levadizo, de las escaleras. Vemos las amenazas, las delegaciones, los cañones, los muertos, las armas: "picas, espetones, sables oxidados, horcas, viejas navajas, fusiles malos, 'pila' y destornilladores". Finalmente, la capitulación, la entrada, el saqueo.
En comparación con 'El orden del día', el protagonismo es colectivo. No hay reuniones entre líderes, sino sucesos en la calle que se suceden sin planificación. Después de todo, estamos ante la primera revolución popular, tal vez la única, ya que se produjo sin partidos, ni organización, ni agitadores profesionales. Es también una época menos documentada, contradictoria, con testimonios fragmentarios y yuxtapuestos. Vuillard se sirve de uno de los recursos que más domina, las enumeraciones: "Todas las edades, todos los sexos, todos los oficios, todas las caras posibles, gorras vetustas, manos callosas, chiflados, paletos, mariposas nocturnas, burgueses, tostados, títeres, todos derriban las rejas, desempasten los arcos tutelares y, riendo, gritando, inundan el gran patio".
El autor es tan gráfico y elegante que le perdonamos las seis veces que utiliza a lo largo del libro la infame palabra 'patois'. Después de todo, la modernidad y la civilización que trajo la Revolución, en Francia se han identificado con la lengua francesa, mientras que el resto de hablas y lenguas han sido consideradas pueblerinas, atrasadas y medievalizantes. Como '14 de julio' muestra que algunos de los asaltantes de la Bastilla hablaban 'patois', hay un punto de justicia poética que hoy podamos leer este libro en una de las lenguas que la Revolución masacró .
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