La Berlinale corona a Nadav Lapid

La película confirma al israelí como uno de los cineastas de mirada más personal surgidos en los últimos años

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Nando Salvà

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Poner en cuestión el Oso de Oro obtenido esta noche por la tercera película del israelí Nadav Lapid, 'Synonymes', resulta inevitable y a la vez completamente fútil. Podría decirse que haberla escogido como la Mejor Película de la 69ª edición de la Berlinale es premiarla de forma exagerada pero, aunque rigurosamente cierto, eso sería asumir que alguna de las otras competidoras sí era verdadera merecedora de ese título. Y ahí está el problema: de no ser porque el reglamento del certamen exige que cada uno de los premios incluidos en el palmarés debe ir a parar a al menos una de las películas a concurso, la única decisión correcta del jurado presidido por Juliette Binoche habría sido dejar su categoría reina desierta; solo así se habría hecho justicia a la mediocre selección de títulos confeccionada este año por los responsables del festival.

Teniendo esto último en cuenta, es cierto que pocas pegas pueden ponérsele a la elección de 'Synonymes'. Retrato de un antiguo soldado de las Fuerzas de Defensa Israelíes que se refugia en París para escapar de su país y de su propia identidad, la película confirma a Lapid como uno de los cineastas de mirada más personal surgidos en los últimos años. En cualquier caso, no resiste comparaciones con sus dos excelentes obras previas, 'Policía en Israel' (2011) y 'La profesora de parvulario' (2014), dos impecables ejercicios de creación de tensión y de atmósferas extrañadas. Aquí, la capacidad sugestiva del director se ve saboteada por su tendencia a la digresión y por la falta de sutileza con la que insiste en el discurso.

'Gracias a Dios', un asunto relevante

Pese a ello, es mucho más cuestionable el Premio Especial del Jurado otorgado a François Ozon por 'Gracias a Dios', cuya presencia en el palmarés parece justificarse exclusivamente por la relevancia del asunto que toca. Basada en un caso de abusos sexuales en el seno de la Iglesia Católica que sigue abierto en los tribunales franceses, pasa por ser una de las películas más toscas del director francés. A lo largo de un metraje innecesariamente largo, su historia avanza sin intensidad o ritmo dramáticos y aquejada de una falta de sutileza nunca antes vista en el cine de Ozon. Peor aún es la timorata actitud que 'Gracias a Dios' acaba adoptando hacia la institución eclesiástica, al tratar la pederastia como si fuera un problema aislado causado por un sacerdote enfermo en lugar del caso de corrupción sistémica que realmente es.

Por lo que respecta al premio al Mejor Director concedido a la alemana Angela Schanelec, con él Binoche y el resto de jueces han tomado partido por la que sin duda ha sido la película más divisiva de cuantas aspiraban a galardón este año. Entre la crítica especializada, algunos vieron en 'I Was at Home, But…' una obra maestra y otros –como el arriba firmante-- la consideraron una pretenciosa impostura, aunque probablemente su justo lugar se encuentre perdido entre el enorme espacio que separa ambas posturas. Retrato deconstruido de una familia en crisis, se mire como se mire es una obra cuyo principal objetivo parece ser descolocarnos y fascinarnos con su amaneramiento, su opacidad y sus ganas de epatar.

Merecidos premios de interpretación

Asimismo, ni el premio al Mejor Guion ni el premio Alfred Bauer a las Nuevas Perspectivas parecen tener demasiado sentido. Por un lado, aunque coescrito por el novelista Roberto Saviano -autor del libro en el que se basa-, el texto de Pirañas es poco más que una colección de clichés del cine de mafiosos tejida sin especial creatividad. Por otro, es difícil identificar qué tiene de novedoso la perspectiva adoptada por 'System Crasher', tedioso perfil de una niña agresivamente inadaptada. En realidad, los dos galardones más incontestables de todo el palmarés son los otorgados en las categorías interpretativas a los dos protagonistas de la cinta china 'So Long, My Son', Wang Jingchun y Yong Mei, devastadores en la piel de una pareja que sufre las terribles consecuencias de la Política de Hijo Único vigente en China hasta 2015.

Tal y como se preveía, la ceremonia de esta noche ha servido como homenaje de despedida a Dieter Kosslick, que deja la dirección del certamen después de 18 años en el cargo. Lo cierto es que hay más bien poco que homenajear. El festival es mucho peor ahora que cuando Kosslick asumió su mando; ha perdido prestigio y relevancia, y lleva años instalado en el punto de mira por el déficit de calidad y la falta de criterio crecientes.

Bajo el mandato del nuevo director artístico, el italiano Carlo Chatrian, el certamen tiene varias medidas urgentes que tomar. Debe dejar de incluir en su selección títulos cuyo único mérito reconocible es tocar temas social o políticamente candentes, y debe romper vínculos con directores por los que lleva años mostrando una predilección que sus méritos de ningún modo justifican. En suma, debe enderezar el rumbo, y para ello cuenta con una cosa a favor: desde el punto en el que se encuentra, no tiene más opción que ir a mejor.