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Museu del Modernisme: un paseo por los muebles y obras de inicios del siglo XX

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Eduardo de Vicente

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Modernismo es una palabra que parece tener un imán especial para la gente del arte (y para los turistas). Este movimiento tuvo su máximo apogeo a finales del siglo XIX y principios del XX con un motor principal: la Exposición Universal de 1888, que sirvió como excusa para cambiar la fisonomía de la ciudad. La arquitectura fue su principal objetivo con artistas revolucionarios como Antoni Gaudí, Lluís Domènech y Josep Puig i Cadafalch, pero también se extendió a otras disciplinas como la pintura (Ramón Casas o Lluís Graner) o la escultura (Josep Llimona o Lambert Escaler) que nos legaron un patrimonio que vale la pena recordar.

Muchos barceloneses lo ignoran pero, en pleno centro de la ciudad, se encuentra un lugar que pretende rememorar la obra de estos artistas con piezas originales de una gran belleza que nos transportan a esa época repleta de creatividad. Se trata del Museu del Modernisme de Barcelona, el sueño de una pareja de anticuarios que fueron almacenando más de 400 objetos y obras de ese periodo y que decidieron convertirlo en una exposición estable para que todos pudiéramos disfrutarlos. La casa donde se exhiben es otra joya histórica, un edificio modernista en la calle Balmes creado por Enric Sagnier entre 1902 y 1904. ¿Entramos?

Los muebles de los burgueses

La primera planta está dedicada en su mayor parte a mostrar el elegante mobiliario que lucía en sus mansiones la burguesía de la época. El primer apartado está dedicado al tapicero y ebanista Joan Busquets con elementos neogóticos y ornamentaciones vegetales y también incluye piezas del decorador Gaspar Homar. Los motivos también pueden ser piñas, rosales, dragones o gatos. Encontramos paragüeros, arquillas de cuero o madera, mesitas o sillas, muebles de recibidor con espejo, armarios, sorprendentes biombos y hasta pequeñas capillas con estampas religiosas sobre la vida de Jesús. Todo un viaje por el tiempo.

Sorprende el original diseño de los pianos que no necesariamente son negros y que incluyen dibujos de pájaros, los paragüeros con cisnes o los espectaculares mosaicos.  Pero entre todos los objetos que se exhiben hay uno que nos llama poderosamente la atención. Parece un tocadiscos pero no, se trata de su bisabuelo, el polyphon, un extraño artilugio precursor del gramófono que funcionaba con aire y una manivela. Fue inventado en 1870 y nos sorprende aún más cuando vemos el ¿disco? (por lo menos es redondo) que se muestra, Els Segadors.

Un apartado dedicado a Antoni Gaudí

El espacio destinado a recordar la obra de Gaudí es, lógicamente, uno de los principales atractivos. En el mismo podemos descubrir mirillas, tiradores, maquetas de las chimeneas de la Casa Milà o la cruz, los bancos o un sofá de la casa Batllló, espejos y colgadores de la Casa Calvet, bocetos de la Colonia Güell, archivadores, pedestales y taburetes. Un auténtico paseo por las interioridades que escondían los edificios de los más pudientes con el sello inconfundible del genial artista.

Bajamos las escaleras para descubrir las otras joyas de la colección pero ahora correspondientes a la pintura y la escultura. El pintor, dibujante y cartelista Ramon Casas tiene una habitación especial, poco iluminada, donde se puede ver cómo Alfonso XIII inauguraba las regatas de Barcelona (sobre el 1888), a los guardias municipales de la época patrullando y a múltiples mujeres, desde una dama en Montmartre a la que da un beso de buenas noches a su hijo o la que luce un foulard rojo, una automovilista o una monja de Sant Benet.

Pinturas que reflejan una época

Entre las pinturas hay auténticas maravillas como la de dos niñas riendo que parece que estén saliendo del cuadro (Pere Borrell), las ninfas de Joan Brull, la niña con el farolillo que da la impresión de que tenga luz propia, un desnudo, unos contrabandistas o una merienda infantil, todos ellos de Lluís Graner. Conocer cómo era una vendimia según Ricard Martí, una tormenta desde la perspectiva de Modest Urgell y hasta un cartel del Orfeó Català de Adrià Gual.

El apartado destinado a las esculturas está encabezado por la obra de Josep Llimona, en su mayoría mujeres en mármol en diferentes actitudes: Ingenua, Insomnio, Desconsol, Maternidad o un busto femenino. También hay estatuas religiosas como La piedad policromada de Venanci Vallmitjana o la escultura en bronce Ave María (Eusebi Arnau) donde dos niños cantan a la Virgen.

Las terracotas de Lambert Escalera

El espacio central está ocupado por las caras y bustos femeninos diseñados por Lambert Escalera, conocidas como las terracotas, habituales en diversos edificios históricos: La fredolica, El petó perdut o Las tres gracias. Y ¡cómo no! Hay también unos ejemplos de los populares vitralls, las preciosas vidrieras luminosas con plantas y flores de Maumejean Hermanos, el Sant Jordi de Antoni Rigalt o los cisnes escondidos entre la vegetación en Vita, de Joaquim Mir.

Y hemos citado tan solo algunos ejemplos de cada una de las salas. Hay mucho más. En resumen, un museo diferente que sorprende al visitante por la gran cantidad de obras que contiene y su belleza, que nos traslada casi sin darnos cuenta a unos años muy lejanos en el tiempo pero muy cercanos a nuestra cultura estética.