ENTREVISTA

En la Barcelona morbosa de ayer y hoy

Félix J. Palma debuta en el género negro con 'El abrazo del monstruo' tras el éxito de la trilogía victoriana que inició con 'El mapa del tiempo'

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Anna Abella

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En la Barcelona actual un escritor se enfrenta a los mismos horrores que él ha infligido a los personajes de su novela de más éxito, ambientada en otra Barcelona, más gótica y a la vez modernista, la de 1913, donde aún colea la historia real de “la Vampira del Raval, con un Gaudí que está construyendo la Sagrada Família”. En ambas épocas, un villano secuestra a niñas de siete años y obliga a los padres a superar tres macabras pruebas si quieren evitar que las mate. Y “ese monstruo tiene un club de fans... Creo que la sociedad sufre un proceso de deshumanización. Ya lo decía el filósofo [Thomas Hobbes], ‘el hombre es un lobo para el hombre’”, cuenta Félix J. Palma (1968), sobre el malo de ‘El abrazo del monstruo’ (Destino). “Es una trama donde no hay un solo personaje bueno o positivo, todos tienen claroscuros, secretos, cosas que prefieren ocultar, porque, a poco que escarbes en una persona, encuentras cosas inconfesables”, añade el escritor de Sanlúcar de Barrameda, afincado desde hace años en esta Barcelona que ha convertido “en un personaje más”. 

Tras el éxito de su trilogía victoriana – ‘El mapa del tiempo (Premio Ateneo de Sevilla 2008), ‘El mapa del cielo’ y ‘El mapa del caos’-, traducida a 25 países, debuta en el género negro con una historia “con ecos de Stephen King”, admite, “más terrorífica y con algún elemento fantástico”. “Tenía miedo porque nunca me había aventurado en el ‘thriller’ y como además transcurre en 12 horas la historia exigía un ritmo vertiginoso, trepidante. Eso me pedía una prosa más punzante y directa pero sin perder calidad, porque para mí es tan importante lo que cuentas como cómo lo cuentas”.  

"Todos llevamos en nuestro interior un monstruo, hecho de debilidades y  cobardía"

Con una atmósfera gótica que transmite a toda la novela, J. Palma quería “hablar del monstruo que todos llevamos dentro”. “Sin llegar a malvados en mayúsculas, creo que todos, a diario, cometemos pequeñas maldades, en casa, en el trabajo, por falta de empatía... –asegura-. Yo he jugado con la metáfora del monstruo, del secuestrador que se lleva a las niñas, pero también el monstruo interior, hecho de tu cobardía, de tus debilidades, al que tienes que vencer”.

También juega con su teoría de que “los adultos somos el resultado de los niños que fuimos”. “Todo lo que vivimos en la infancia condiciona y marca nuestra personalidad. Y siempre guardamos algo de esa capacidad infantil de explicar las cosas mediante la fantasía. A la luz del día todos mantenemos nuestros fantasmas a raya pero de madrugada, cuando te despiertas de noche, esa vigilancia y la razón bajan la guardia y permiten que los fantasmas nos atormenten hasta el alba”. 

Sin embargo, aunque guarda para sí a sus propios monstruos, sí confiesa un temor compartido con la sociedad de hoy: “A quedarte en la calle, a que te desahucien, te echen de tu hogar, a la indigencia...”, admite quien sabe bien que el trabajo de escritor, “como el de la mayoría de artistas, no es seguro, tiene épocas buenas y malas, y vives de vender tus productos”. “Por ello -añade-, no puedes vivir de espaldas al mercado, debes rentabilizar tu obra. Eso no significa traicionarte sino ver qué demanda, y llevarlo a tu terreno”.   

Padres no tan héroes

Su protagonista es Diego Arce, un escritor que ve cómo un malvado como el de su novela ‘Sangre y ámbar’ secuestra a su hija de siete años y le chantajea, como ocurre en su ficción, con matarla si no supera varias pruebas. La primera, más humillante que sádica, es comer excrementos de perro. “Mucha gente dice que haría cualquier cosa por sus hijos, pero a la hora de la verdad, ¿qué serías capaz de hacer para salvar su vida? -se pregunta-. Quería poner al personaje en una situación límite, bajo presión. Y también jugar con la idea del héroe, porque todos los hijos ven a sus padres como héroes, pero ellos saben que no lo son. Diego no es un padre modelo, es un tipo normal, es cobarde y egoísta”.  

En la Barcelona de 1913, los padres elegidos por “el monstruo” deben intentar superar las pruebas sobre el escenario del Liceu. Las de Diego deben ser emitidas en directo por internet. “Quería denunciar el morbo. Esa curiosidad que hace que la gente esté pegada a la pantalla, como hemos visto con el intento de rescate del niño Julen hace poco. En el Liceu, una mujer se queja de que han pagado la entrada y al final no se ha cortado la lengua. Hay páginas en internet que permiten saciar esas ansias de morbo...”.    

A J. Palma, compartir oficio con el de su protagonista, además de ahorrarle el proceso de documentación le permite “una lectura metafórica, sobre el proceso de creación”. “Con mis alumnos del taller de escritura hacemos ejercicios que obligan a pensar ¿qué pasaría si...? Yo mismo lo hago continuamente por la calle, es una forma de fabricar historias”.