Gorka Benítez, una camisería que ya no existe

El saxofonista y su trío defienden en el Jamboree una manera propia de entender el jazz

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Roger Roca

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En Bilbao había una camisería donde vendían “camisas de verdad”. Gorka Benítez, que tras más de veinte años en Barcelona sigue siendo muy de Bilbao, llegó a tener una camisa de esa tienda. Aunque la suya, puntualiza, “era heredada”. Cuenta esas cosas porque su música nace siempre de una vivencia, de un recuerdo. Por eso, y porque le encanta contar historias. Volviendo a esa camisería que ya no existe: resulta que a Benítez le inspiró la canción con la que el viernes en el Jamboree arranca la presentación del disco 'Salalagua'. “Soy así de poco profundo”, dice, como excusándose. Pero claro, es un decir. Porque si algo hay en la música del saxofonista vasco es profundidad. En la manera de decir las notas y en las melodías que escribe, que siempre resuenan más a canción popular que a partitura parida sobre un papel. En la cuna del jazz, a lo que tienen Benítez y su trío lo llamarían 'feeling'. Pero a ellos tres, sonar “made in USA” no les ha quitado nunca el sueño. Sencillamente utilizan el jazz, que se saben de pe a pa, como herramienta para contar sus propias historias.

El de 'Salalagua' es el drama de los niños migrantes -“terrorismo democrático”, lo llama él- que cruzan el Mediterráneo con sus pertenencias más preciadas cosidas a la ropa. “Uno de esos niños llevaba cosidas las notas de la escuela”. Y la melodía, que no es especialmente triste sino más bien luminosa, encoge el ánimo de la sala. Hay un homenaje al bluesman John Lee Hooker, una letanía hipnótica que es blues sin serlo, porque lo invocan a su manera, zafándose de tics y de lugares comunes. Y eligen una canción conmovedora de su disco anterior para despedir a un amigo, el trombonista Pere Enguix, fallecido hace una semana.

El salitre vasco

Sentimental pero también socarrón, para presentar una de sus melodías más sentidas invita al público a imaginarle de pie en uno de esos acantilados imponentes del norte. “Ese salitre vasco”, dice en broma. Pero lo que toca luego le sale de muy adentro. También cuenta historias divertidas, como la de la misteriosa afición por las rancheras en Euskadi, que a él le ha dado para una canción, 'Chucho el Roto', de las que apetecen cantar a todo pulmón. El público corea el estribillo y Gorka, alma de rockero y espíritu de txistulari, baja con a tocar a la platea, como si esto no fuera un concierto de jazz sino una fiesta mayor. En el público las caras son de felicidad. “¿Qué tipo de jazz es este?, le pregunta asombrado un espectador inglés recién llegado a la ciudad a su compañero de fila, que tiene a Gorka Benítez muy oído. “Jazz de Bilbao”, le responde, muy serio. ¿Cómo se dirá 'feeling' en euskera?