CRÓNICA

Jorge Drexler, el arte del eco en el Palau

El trovador uruguayo conquistó la sala modernista con un imaginativo minimalismo en el estreno de la gira 'Silente'

jorge drexler

jorge drexler / periodico

Jordi Bianciotto

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Los conciertos de Jorge Drexler no solo van de canciones, sino también del modo en que la música y el sonido alcanzan al público a través del espacio, de las dinámicas tímbricas e incluso de su propio eco. Un subtexto con el que este músico y médico otorrino juega a placer en ‘Silente’, el sigiloso y expresivo recital individual que estrenó estos días (miércoles y jueves) en el Palau, dentro del Festival Mil·lenni.

Concierto a voz y guitarra, y mucho más: larga hilera de pedales, ocasionales complementos electrónicos y rítmicos, efectos para la voz y el aire que separaba, o unía, al trovador y el patio de butacas, convertido en otro ingrediente con el que llevar el repertorio a otro estadio. Ese vacío lleno de significado que, como el amor en ‘Transporte’, la primera canción, es el canal de comunicación que consuma las canciones: "Cruzando las estaciones, constelaciones / los momentos".

Con pocas notas

Todo esto podría haberse quedado en simplemente interesante si no fuera porque Drexler añadió a la ecuación su carisma y su arte con la guitarra, tanto la eléctrica como la clásica, creando tensas secuencias dramáticas con unas pocas notas. Jugando con la reverberación en ‘Eco’, incorporando un ‘loop’ de bicicletas barcelonesas en ‘Deseo’ o levantando un ‘Guitarra y vos’ a partir del chasquido de los dedos de los asistentes. Sí, ‘Silente’ apuntó hacia una confluencia de la matemática y la magia, con ingenio, elegancia y sin hacer de ello un espectáculo efectista.

Quizá todo ello derive de la tradición establecida por el más sutil de los trovadores, el brasileño João Gilberto, a quien Drexler evocó en ‘Chega de saudade’, de Jobim y De Moraes, una pieza que, como confesó, tuvo efectos motivadores en su juventud: al igual que Chico Buarque o Caetano Veloso, él también decidió escribir canciones después de escucharla. Hubo un carril que unió ese fetiche de la bossa nova con la suavidad de ‘Abracadabras’ o el minimalismo de ‘Todo se transforma’.

El ritmo de la tribu

Drexler científico y Drexler con sentido teatral, reflejando su sombra en el ‘set’ de mamparas translúcidas que le acompañaba con formas cambiantes, y haciendo suya la vulnerabilidad de ‘Al otro lado del río’ cantándola ‘a cappella’ (y dedicándola a Proactiva Open Arms). A partir de ahí, el recorrido se hizo un poco más oscuro, con el aroma tribal de ‘El loco Juan Carabina’, del venezolano Simón Díaz, y el senderismo de ‘Bolivia’, y acogiéndose a sus tesis sobre la tránsito vital en ‘Sea’ y, ya en el bis, en un ‘Movimiento’ enfatizado por la distorsión de guitarra.

Culminando la sesión, ese Drexler en constante evolución, que sigue arriesgando y planteando desafíos a su público, acudió a la canción inspiradora de la gira, ‘Silencio’, y se despidió realzando el romanticismo a través del tiempo en ‘Telefonía’. Conectó ahí las “servilletas de los bares” con los modernos mensajes de móvil, en una tonada silbada por los asistentes que dejó, cómo no, un eco significativo a través de la caja de vidrio del Palau.