CRÓNICA DE ÓPERA

El triunfal regreso de 'Butterfly' al Liceu

La ópera de Puccini emociona a un público entregado en el teatro lírico de La Rambla

Lianna Haroutounian y Jorge de León, en 'Madama Buttefly'

Lianna Haroutounian y Jorge de León, en 'Madama Buttefly' / periodico

Pablo Meléndez-Haddad

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Regresó al Liceu la esteticista ‘Madama Butterfly’ estrenada en el 2006 por Moshe Leiser y Patrice Caurier, repuesta en el 2013, y por la que ya han desfilado un gran número de intérpretes de la obra maestra de Puccini. Un título tan popular implica programar muchas funciones, lo que obliga a contar con un amplio contingente de especialistas. Es así como, después del estreno a cargo de Fiorenza Cedolins, Richard Leech y Carlos Álvarez, también han revivido este montaje en La Rambla cantantes de tanto prestigio como Cristina Gallardo-Domás, Aquiles Machado, Daniela Dessì, Fabio Armiliato, Joan Pons, Liping Zhang, Hui He, Roberto Alagna, Ermonela Jaho, Jorge de León, Àngel Òdena, Patricia Racette, Stefano Secco o Roberto Aronica. Una constelación a quienes se unieron, en el estreno del sábado, la soprano armenia Lianna Haroutounian, la mezzo valenciana Ana Ibarra y el barítono de Úbeda Damián del Castillo, junto a un Jorge de León que repetía como Pinkerton.

Al igual que sus ilustres predecesores, los nuevos y aplaudidos protagonistas –la función acabó con parte del público puesto en pie– padecieron la misma tortura a la que esta coproducción con el Covent Garden viene condenando a sus intérpretes desde su primera representación: un sonido seco y, sobre todo, sin proyección, que obliga al director musical –en este caso un muy equilibrado Giampaolo Bisanti– a grandes esfuerzos para equilibrar las voces solistas con la densa y colorista orquesta pucciniana, aunque –al igual que las batutas que han dirigido el montaje– no siempre se consigue.

Esfuerzo adicional de los solistas

Sin escenografía corpórea y abierta a la gran torre escénica del Liceu, la propuesta impide que las voces se proyecten correctamente a la sala cuando no se mueven por la boca del escenario, casi eliminando los muchos y vitales internos de esta obra, desde la entrada de Butterfly –que, además, la malvada dirección escénica obliga a la protagonista y al reducido coro que la acompaña a cantar fuera de escena– hasta las últimas exclamaciones de Pinkerton, a quien también se le veta la entrada al escenario en los últimos compases.

Ello se traduce en un esfuerzo adicional de los solistas, que empujan más de la cuenta o que, de no hacerlo, solo se proyectan bien determinadas notas, como le sucedió a Lianna Haroutounian, que construyó una Butterfly casi perfecta tanto en lo vocal como en lo escénico, pero que no siempre pudo lucir su centro y sus graves. Lo de Jorge de León es de otro planeta, ya que su potencia canora casi siempre supera los obstáculos de la propuesta, convenciendo una vez más como un Pinkerton cruel e irresponsable. Damián del Castillo aprovechó la oportunidad que se le brindó cantando y moviéndose como un Sharpless seguro y convincente, los tres muy bien secundados por una Suzuki conmovedora a cargo de Ana Ibarra.