CRÓNICA TEATRAL

Un mar de palabras para ahogar a la muerte

La compañía la SubTerránea y Paco Zarzoso llevan al Escenari Brossa 'Maleïda tardor', un conjuro mediterráneo de vino y poesía

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Manuel Pérez i Muñoz

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No demuestra el teatro su carácter de arte itinerante cuando se trata de superar la escasa distancia que separa Barcelona de Valencia. Ni los evidentes lazos culturales y lingüísticos sirven para unir dos escenas que viven de espaldas. De vez en cuando, algún tímido ciclo en las alternativas lanza algún cabo entre puertos, como el Escenari Brossa, que nos acerca dos figuras clave de la escena valenciana: Juli Disla (su muy recomendable 'Carinyo', con Jaume Pérez, llegará a partir del 23 de enero) y Paco Zarzoso, que dirige a la compañía La SubTerránea hasta el domingo 20.

'Maleïda tardor' es una creación colectiva que se amarra a la perfección a la sala Palau i Fabre, caladero de propuestas donde la palabra es la protagonista. Tres actrices, en rima trina con las tres Gracias y con tantos otros tríos del simbolismo universal, nos reciben a ritmo de pasodoble, ambiente de baile y verbena bajo bombillas de colores y un tapiz de hojas otoñales. Repartidos por las tres mesas, los fermentados símbolos del mar Mediterráneo: parra y uva, y el lagar para pisar y dar vino. Zarpan con un cuento que despliega las velas de la mitología, la historia de Europa, vieja y nueva, la princesa fenicia que cabalga un toro blanco, Zeus toreado hasta el presente del continente, frontera y prisión con mar de fondo. Y así iremos saltando de lo divino a lo humano, buscando la conexión que hay entre las coplas de Jorge Manrique y la capacidad del botox para reparar la erosión del rostro.

Vamos saltando de lo divino a lo humano, buscando la conexión entre las coplas de Jorge Manrique y la capacidad del botox para reparar la erosión del rostro

Y es que entre una corriente de frases embravecidas nos vamos dando cuenta de la dirección de la travesía, nos conducen hasta el esquemático conflicto entre Eros y Tánatos en clave elegíaca. Nada puede detener al tiempo, ni el final que trae de equipaje. Se espera a una parca con forma de diablo, como Vladimir y Estragon esperaban a Godot, pero ya sin atisbo de fe, o reclamándola a hostias. Y cuando se acerca el inevitable desenlace, se preguntan qué habrá sido del viaje, qué pisada dejaremos en la tierra. Necesitamos la tragedia, nos dicen, porque sabemos cómo se viene la muerte.

Una faena poscastiza

La compañía firma la dramaturgia, aunque rima su poesía con ese poscasticismo barroco del Paco Zarzoso dramaturgo, ese ir y venir de frases tejidas como tapices pesados, voces entre el diálogo y la declamación que nos recuerdan las mejores propuestas de l'Hongaresa, la compañía que comparte con Lluïsa Cunillé. Hay pulso y ritmo, a pesar que algunos movimientos se repitan o sean evidentes. La iluminación no luce tanto como debería, es posible que la sala se le haya quedado pequeña. Defienden la faena con uñas y dientes Lucía Sáez, Lucía Abellán y María Andrés, rebosantes de energía en su esfuerzo y dificultad por izar las palabras en la correcta dirección, la de retratar a la muerte hablando de la vida, o viceversa.