gran cine de denuncia

'El vicio del poder', una película-dinamita sobre la clase política

La película de Adam McKay usa la siniestra figura de Dick Cheney para introducirnos de lleno en la trastienda del poder

zentauroepp46480997 icult190110164815

zentauroepp46480997 icult190110164815 / periodico

Beatriz Martínez

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A Adam McKay le debemos muchas cosas, entre ellas, haber construido junto a Will Ferrell uno de los personajes más memorables de la nueva comedia americana, el de 'El reportero: La leyenda de Ron Burgundy', pero, además, el haber sido capaz de renovar el género de la sátira política dotándolo de una nueva dimensión contemporánea, apostando por ángulos nada cómodos y a través de personajes reprobables para reflexionar sobre la hipocresía y la podredumbre moral en la que estamos instalados.

Primero se atrevió en 'La gran apuesta' (2018) a escarbar en los inicios de la crisis desde la perspectiva de unos economistas 'outsiders' que se dieron cuenta de que la burbuja inmobiliaria estaba a punto de explotar y decidieron sacar tajada de la hecatombe. Ahora, en 'El vicio del poder', en un más difícil todavía, se atreve a contar la historia de su país a lo largo de treinta años (desde el escándalo Watergate hasta los atentados del 11-S) desde el punto de vista de una de las figuras más turbias y controvertidas de la política norteamericana, Dick Cheney, vicepresidente del Gobierno durante el mandato de George W. Bush y, según dicen, uno de los líderes del gabinete en la sombra, capaz de manejar los hilos de la Casa Blanca según sus intereses económicos y los acuerdos firmados con las compañías petrolíferas de Oriente Medio.

La historia de un bastardo

El director pone las cartas sobre la mesa desde el inicio de la película y no se corta un pelo: aquí hemos venido a contar la historia de un auténtico bastardo. Así lo dice de manera explícita en una nota introductora, pero también lo dejó claro bien claro Christian Bale la pasada semana al recoger el Globo de Oro al mejor actor agradeciéndole a Satán el haberle servido de inspiración para este papel.

No cabe la menor duda de que ambos se tiran a la piscina y quizá por eso algunos han acusado a la película de ser partidista, tendenciosa y reduccionista. Mientras, otros admiran su capacidad de riesgo a la hora de introducirse de lleno en la trastienda del poder, en sus bajos fondos éticos para trazar un paralelismo entre el pasado y el presente que nos lleva desde Nixon hasta Trump.

¿Y cómo lo hace? Utilizando el mismo mecanismo que desplegó en 'La gran apuesta', a través de un exuberante collage repleto de texturas que mezcla multitud de capas y discursos explicativos (como el que hace referencia a la pesca con anzuelo para referirse a la manera en la que Cheney alcanzó la vicepresidencia manipulando a Bush hijo), voces en off y otras virguerías visuales lanzadas a ritmo de ametralladora que dispara mil ideas por segundo. Vertiginoso, agotador, pero también excitante por la energía transgresora que trasmite.

Trazo grueso e ironía

En realidad, 'El vicio del poder' es mucho más que un simple 'biopic' de Dick Cheney. Y por supuesto mucho más que otra película con actores caracterizados detrás de capas de látex y maquillaje. Es cine de denuncia de primer nivel que disecciona la hipocresía de la clase política y los juegos de poder utilizando un estilo que bascula entre la caricatura y el puntillismo, entre el histrionismo y la sutileza, entre Shakespeare y Burgundy. Hay quien la ha definido como un cruce entre 'Todos los hombres del presidente' y 'Wayne’s world', y seguramente no anda desencaminado.

No nos engañemos, Adam McKay se muestra ambicioso a la hora de componer este gran fresco histórico, pero al mismo tiempo es capaz de reírse de sí mismo (algo de lo que sería incapaz de hacer, por ejemplo, otro ilustre pope del 'biopic' político como es Oliver Stone). Quizá por esa razón no le importa mezclar el trazo grueso con la fina ironía, la locura y el rigor. Al fin y al cabo, es lo que siempre hizo desde el principio de su carrera, en los tiempos de 'Saturday Night Live', cuando estaba al frente del equipo de guionistas o cuando se unió a Will Ferrell para convertirse en una de las parejas creativas más efervescente de la comedia en los tiempos del poshumor con joyas icónicas como 'Hermanos por pelotas'.

Espiral de odio y violencia

Para McKay la comedia es un asunto serio, pero no por ello tiene que perder su capacidad lúdica, sino todo lo contrario, necesita recuperarla para convertirse así en un arma más efectiva. En ese sentido, 'El vicio del poder' es una película-dinamita: nos muestra a Cheney en su intimidad, desde que era casi un 'white trash' sin futuro hasta su consagración al frente de las filas republicanas, y lo acusa directamente de ser el responsable junto a Donald Rumsfeld de comenzar la guerra de Irak, así como de implantar las torturas a los prisioneros acusados de terrorismo ayudando a fomentar la espiral de odio y violencia que ha durado hasta nuestros días.

Dijo también Christian Bale en los Globos de Oro que McKay lo eligió para interpretar a Cheney porque necesitaba a una persona que no tuviera demasiado carisma. En cualquier caso, el actor consigue abordar un personaje muy complejo y hacer verdaderos malabarismos entre el exceso y la contención, entre el gesto grande y el pequeño y el resultado es incontestable. También está pletórica Amy Adams, que encarna a Lynne Cheney, una esposa capaz de repudiar a su propia hija por su orientación sexual si con ello consigue que su marido se mantenga en el poder, y junto a la pareja maquiavélica, continúa el quién es quién: Steve Carell tan camaleónico como siempre y en su versión sibilina se mete en la piel del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y Sam Rockwell consigue que su George W. Bush resulte tan necio como McKay quiere.