ENTREVISTA

'Los desertores': empatía con la carne de cañón de la primera guerra mundial

Joaquín Berges hermana realidad y ficción en 'Los desertores', una novela que recuerda a los jóvenes soldados arrojados a las trincheras del gran conflicto bélico de 1914

Soldados franceses en la primera guerra mundial.

Soldados franceses en la primera guerra mundial. / periodico

Anna Abella

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Albert Ingham, de 24 años, y su amigo Alfred Longshaw, de 21, se alistaron voluntarios en la primera guerra mundial. Tras cinco meses bajo el fuego en <strong>la sangrienta batalla del Somme</strong> desertaron, pero fueron capturados y murieron fusilados al amanecer. Sus tumbas descansan hoy en el cementerio de Bailleulmont, uno de los 155 de la gran guerra que salpican Francia y que junto a las trincheras y cráteres de obús visibilizan aún las cicatrices del conflicto. Para verificar el enigmático epitafio que el padre de Albert escribió en su lápida viajó hasta allí el escritor Joaquín Berges (Zaragoza, 1965), igual que hace en la ficción Jota, un abogado recién jubilado, protagonista de ‘Los desertores’ (Tusquets), una novela que reivindica el honor perdido de unos jóvenes “cuya obligación era luchar por su vida” y que huyeron de las trincheras “siguiendo un instinto de supervivencia”. “Sabían que les enviaban a la muerte. Es la razón del individuo ante la sinrazón militar. Esos chicos están libres de culpa, fueron valientes por plantar cara a esa realidad absurda”, opina el autor aragonés.  

“Durante dos años me he preguntado cuántas veces había desertado cada día de cosas. Todos desertamos de algo en la vida. En la batalla del Somme, el primer día [1 de julio de 1916] murieron 20.000 ingleses. Yo habría desertado ese primer día”, confiesa. “Muchos de aquellos jóvenes fueron a la guerra cantando, voluntarios, eufóricos, henchidos de gloria, nacionalismo y corporativismo. Les contaron que vivirían una batalla sencilla y encontraron una carnicería”. En los cinco meses que duró murieron 600.000 soldados ingleses, franceses y alemanes y 1,2 millones resultaron heridos. 

"Fueron a la guerra cantando, henchidos de gloria y nacionalismo. Les contaron que vivirían una batalla sencilla y encontraron una carnicería"

Uno de los que no superaron el primer día fue el británico W.N. Hodgson. Dos días antes escribía estos versos: “Yo, que desde la colina de mi hogar/ contemplé con ojos atónitos/ cientos de tus atardeceres derramar/ su fresco y sanguíneo sacrificio./ Antes de que el sol empuñe su espada a mediodía/ debo decir adiós a todo esto./ Por todos los placeres que voy a perderme/ ayúdame a morir, oh, Señor”. Fue uno de los ‘war poets’, soldados que en las trincheras hallaron una “válvula de escape” en la lectura y escritura de cartas y poemas. Como dijo uno de los más influyentes, Wilfred Owen, “la poesía está en la desolación”. 

Por primera vez, Berges se distancia de la ficción pura para introducir historia en una novela. Y basándose, entre otros, en el libro del profesor Martin Gilbert ‘La batalla del Somme’, lo hace a través de las cartas que el desertor Albert Ingham pudo escribir a su padre y de los poemas reales, muchos hallados en las guerreras de los cadáveres, que legó esa generación malograda. “Muchos se formaron en las mejores universidades. Había arquitectos, artistas, músicos, periodistas... Y se contagiaron de un espíritu prebélico que los llevó a vivir el romanticismo de la guerra. Es absurdo que los gobiernos envíen a sus jóvenes a morir. Nada justifica una guerra, la pérdida de miles de vidas", alega Berges, que no cree que hoy estemos preparados para una guerra así. “Hoy, en el mundo occidental, el valor de la vida está por encima de todo, hay un culto al individualismo y no se puede plantear usar a unos individuos como carne de cañón como si fueran piezas de un ejército de juguete. Si para algo han servido las guerras del siglo XX es para dar valor al individuo frente a la colectividad que lo anula y lo lleva a la muerte”. 

Churchill y Tolkien

Entre las voces discordantes recuerda el novelista la de Churchill, que volvió de la batalla diciendo que no tenía sentido, o la de J. R. R. Tolkien quien conmocionado por lo vivido a los 24 años evocó el Somme en la ciénaga de los muertos de ‘El señor de los anillos’.   

Considera Berges que en la primera guerra mundial los aliados utilizaron una estrategia militar equivocada. “La artillería debía destrozar las posiciones de los alemanes, pero eran pioneros en ingeniería y sus trincheras estaban muy bien defendidas y reforzadas con hormigón. Y el 30% de obuses que lanzaron no explotaron por defectuosos porque los ingenieros que debían fabricarlos estaban en el frente en esa especie de borrachera nacional”. 

Escapar de la realidad

‘Los desertores’ combina las cartas del soldado al padre, culminadas con versos de los ‘war poets’, con capítulos ensayísticos sobre la guerra y con otros que siguen a Jota y su familia en la España de hoy. “Son una cuadrilla de desertores”: la madre, que sufre una enfermedad neurótica que le impide convivir y la enclaustra en cama, deserta de la vida; el padre deserta de la casa y de sus hijos porque no soporta vivir con su mujer; Jota quiere desertar de un matrimonio que nunca deseó y sale en busca de su padre. “Uno se da cuenta de las pequeñas deserciones de la vida, de tener un sueño y no luchar por él, de callar cuando debes hablar... Nos escapamos cuando no nos gusta nuestra realidad”. 

Para Berges tuvo también algo de deserción el que tras la guerra la sociedad casi consensuara un “vamos a pasar página y a olvidar la guerra, el horror vivido”. “Una forma de olvidarlo fue callar”, añade, recordando cuánta verdad hay en afirmar que “el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla”.