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Big Fun Museum ofrece atractivas diversiones para todos los públicos

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Eduardo de Vicente

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Los niños están cada vez más nerviosos. La espera hasta la noche de Reyes se les está haciendo interminable y, por mucho que los queramos, seamos sinceros, están bastante pesaditos. Por eso una buena opción es visitar estos días el Big Fun Museum que está nuevecito, no hace ni un mes que ha abierto sus puertas. Lo reconoceremos fácilmente si paseamos por las Ramblas y, junto a un popular puesto de lotería, vemos a unos jóvenes disfrazados y, en la entrada, contemplamos unas reproducciones gigantes de los protagonistas de Toy Story: el cowboy Woody y el guerrero especial Buzz Lightyear que nos llevarán a una aventura hasta el infinito y más allá a través de nueve espacios diferentes (aunque hay uno que los peques no pueden pisar ni de broma).

Antes de entrar, varias recomendaciones. Mejor llevar el móvil cargado a tope porque haremos muchas fotografías. Podemos comprar un bono para ver varios de ellos con precios especiales y si, por ejemplo, adquirimos el de los nueve podemos entrar y salir sin problema o seguir utilizándolo otro día si nos quedan atracciones por ver. También hay unas consignas gratuitas para poder dejar la ropa y los bolsos por si queremos ir más ligeros de equipaje.

La casa de los objetos gigantes

El primero que visitamos es La Casa del Gegant.Un soldadito (o mejor, soldadazo) de plomo, el lagarto del Park Güell, un revólver, un barquito de papel, un lavabo colgado de la pared, el queso, el jamón, la paella, un abanico, una pipa, un cucurucho de helado, un sombrero mexicano o un reloj antiguo que parece el de la torre de Hill Valley en la película Regreso al futuro. Nuestras fotos favoritas son la caja fuerte que da la impresión de que la hemos abierto y nadamos en monedas y billetes, el horno donde podemos fingir que nos están asando, una silla súper alta o la portada de la revista Forbes para posar como si fuéramos el personaje del mes.

El paraíso de los amantes de los dulces

Unas escaleras nos llevan hasta nuestro siguiente destino: El regnat de les llaminadures, ya en la parte superior del edificio con chuches monumentales a todos lados. Nos recibe un maestro pastelero (sin cara, para que pongamos la nuestra) y, a continuación, intentamos levantar unas pesas compuestas por dos donuts gigantes, nos metemos en una nevera y montamos en una bicicleta con forma de unicornio y contemplamos unos ositos de gomas. También hay caracoles y un lugar para sentarse en unas tumbonas junto a unos pingüinos y otro para columpiarse.

Podemos entrar en un círculo repleto de plátanos amarillos y rosas, el mismo color de la vaca frente a la que nos encontramos. Los amantes de los helados disfrutarán viendo los polos de sabores o los cucuruchos que en vez de bolas tienen luces, una pared repleta de gominolas y macarons u otros tipos de dulce a tamaño maxi. Cuentan los empleados que ya han tenido que reponer algunos elementos ya que algún peque les había dado un mordisco. Incluso uno de ellos, al salir exclamó: “Este es mi mundo. Tengo que vivir aquí”.

Piscina de bolas para niños y adultos

En cuanto los niños vean que también hay una piscina de bolas querrán dejarlo todo para ir allí. La denominan La piscina seca y son dos rectángulos repletos de bolas, claro, pero también de donuts de plástico que vuelan como si fueran frisbees. Los adultos también puede entrar simplemente descalzándose pero ¡atención! es muy conveniente despojarse previamente de todos los objetos de valor. El otro día aseguran que se perdió un reloj carísimo y aún no lo han encontrado. Hay adultos que aseguran haberse sentido niños navegando en este espacio y algunos de los mayores son aún más brutos que los pequeños. Hay un banco para sentarse mientras ellos saltan y es un lugar cálido donde podemos relajarnos un poco.

El mundo al revés

Una vez que se hayan desahogado iremos a La casa cap per avall, la más original de estas experiencias. Como su propio nombre indica es una casa al revés, donde todos los elementos están colgados del techo, parece inspirada en aquel baile de Fred Astaire en el que danzaba boca abajo con una lámpara en el musical Bodas reales. Es el mejor lugar para explorar nuestra creatividad ya que, si luego le damos la vuelta a la fotografía, las imágenes serán sorprendentes. Los empleados pueden indicarnos algunos lugares para que el efecto sea completo. El recibidor tiene un paragüero, un espejo, unos zapateros, una mesita o unos skates (todos, no lo olvidemos, al revés). Es conveniente ir abriendo armarios, cajones o mesitas para comprobar que no falta ningún detalle. En el lavabo podemos posar como si hiciéramos la vertical en una bañera o en el retrete. Hay cajones, toallas de repuesto en el mueble o una lavadora.

En el garaje encontramos todo tipo de herramientas, esquíes, cascos, una bicicleta y, lo mejor, una moto. Si lo hacemos bien podemos fingir que estamos volando agarrados a su parte posterior, divertidísimo. El comedor tiene todo lo necesario para “entrar a vivir” como dirían en una inmobiliaria: sofá, televisor (proyecta también de abajo hacia arriba), una chimenea (con las llamas hacia abajo), un armario, grifos, la nevera repleta de comida, horno, platos y cubiertos en los cajones. Y la mesa está puesta y no puede ser más apetitosa con todo tipo de pasteles, dulces y deliciosos platos. Parece la cena de Navidad. Incluso hay un jamón.

El dormitorio de los padres también tiene múltiples detalles. La cama, la mesita de noche con su lámpara, un ventanal o un armario en el que se esconden una maleta o una aspiradora. Finalmente, el cuarto infantil tiene perfectamente diferenciados los espacios de los juegos y las camas, la del niño es un coche con una manta de superhéroes mientras que la de la niña es bastante cursi. Hay muchos muñecos, bolis, lápices, una lámpara de los Simpson, la silla y la mesa para hacer los deberes y un Scalextric (colgado del techo, claro).

Cuatro espacios más

En la planta inferior hay tres laberintos: uno de cintas, otro de espejos y uno de terror (ahí es mejor que no entren) y un museo dedicado a los records y las curiosidades de los que hablaremos en una próxima entrega. El noveno espacio incluído en el abono es el <strong>Museo de les Il.lusions </strong>que lleva ya tiempo instalado en la calle Pintor Fortuny, 17, muy cerca de allí y está dedicado a las ilusiones ópticas. Un complejo repleto de atractivos que nos va a encantar descubrir. Continuará...