CRÓNICA
'Experiencia Carlos Núñez' en el Palau
El gaitero gallego ofició una espectacular celebración de la cultura céltica con cómplices como el reconocido arpista bretón Alan Stivell
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Vivimos en un tiempo en que se observa una tendencia a que cualquier acto ordinario pueda convertirse en algo más trascendente: una experiencia. Es la palabra fetiche que puede aplicarse a tantas situaciones, incluidos los conciertos, territorio en el que Carlos Núñez se revela como un maestro. Hablamos de un tipo que, manejando un instrumento, la gaita, no siempre asimilable por el oído medio, logra hacer de sus actuaciones espectáculos que traspasan la barrera del escenario y transmiten al público la sensación de haber formado parte de algo extraordinario.
El Festival del Mil·lenni se cercioró hace tiempo de ello y por eso programa a Carlos Núñez cada año por estas fechas. El recogimiento navideño favorece el estallido de la emotividad colectiva y permite al músico de Vigo sublimar su papel simultáneo de gurú escénico, pedagogo de la cultura céltica, instrumentista virtuoso y mago de cuya chistera no dejan de salir sorpresas y prodigios: invitados selectos, tropas de gaiteros que trepan hasta el último piso del Palau, relatos que hunden raíces en la Europa antigua, en “el tiempo de los bardos”.
El gran manto celta
Núñez es un entusiasta y vemos sus ojos vivaces cuando presenta un “fandango vasco” que permite lucirse a la acordeonista Itsaso Elizagoien o cuando habla de la isla de Skye, cuna de la gaitera escocesa Brighde Chaimbeul, y de la batalla de Glenshiel como eslabones míticos de una historia que nos atañe. Porque, en el mundo de Núñez lo céltico no es tanto un factor diferencial sino un denominador común. Se diría que céltico lo es todo, o casi.
El gallego hace de maestro de ceremonias y se pone al servicio de las canciones tocando tanto la gaita como, sobre todo, la flauta, y dejando que el foco se vaya desplazando en torno a sus cómplices, desde Pancho Álvarez hasta los invitados de excepción, como la arpista irlandesa Ciara Taaffe y la violinista inglesa Amy Eckersley. Ahí, este domingo, los mayores honores se los llevó el venerable Alan Stivell. No es para menos: se trata del “padre de las músicas celtas modernas”; así lo presentó Núñez. Acompañándose de una pequeña arpa, Stivell interpretó una pieza medio en catalán medio en bretón, ‘Com una gran orquestra’, y puso a cantar a todo el Palau el vitalista estribillo de uno de sus ‘hits’, la adaptación de la pieza tradicional ‘Tri martolod’ (los tres marineros).
De puertas abiertas
Hermandades contagiosas, con la mirada alcanzando incluso a África en ‘Amazing grace’, y licencias espectaculares: ese ‘Baba O’Reilly’, de The Who, con la voz de esa especie de estrella del rock’n’roll que es Jon Pilatzke, violinista, bailarín y ‘showman’ (sacrilegio: “¡me gusta más cómo la canta él que Roger Daltrey!”, aventuró el gaitero). Y a partir de cierto momento, un concierto de Carlos Núñez se convierte en un aquelarre de puertas abiertas: el escenario, tomado por gaiteros que salen de todas partes y por decenas de espontáneos, bailando las ‘xotes’ brasileñas y los ‘Aires de Pontevedra’ y cerrando los ojos, guardando para siempre la experiencia.
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