CRÓNICA

Una chispeante joya de Rossini en el Liceu

El coliseo recupera con éxito 'L'italiana in Argeli', obra maestra del compositor

zentauroepp46260434 icult181214163534

zentauroepp46260434 icult181214163534 / periodico

Pablo Meléndez-Haddad

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Que una obra maestra de Gioachino Rossini como 'L'italiana in Argeli' estuviera más de 30 años ausente del repertorio del Liceu era un gran pecado. Afortunadamente el título se ha recuperado, y con un éxito considerable, a propósito del 150º aniversario de la muerte del compositor, una efeméride que se ha celebrado en todo el universo lírico. Parte del triunfo de este esperado regreso barcelonés de la bella Isabella y de sus compañeros de aventuras se debió a la aplaudida labor desde el podio del maestro italiano Riccardo Frizza, quien supo imprimir a esta comedia genial los ‘tempi’ exactos y la ligereza y el nervio teatral que requiere, logrando una loable prestación de la Simfònica y del Coro liceístas; el conjunto instrumental sonó especialmente bien ya desde la delicada y contrastada sinfonía, para acompañar más tarde, siempre con un equilibrio perfecto, al plantel de solistas vocales, apoyándole y dándole total confianza. Frizza incluyó, además, un clave para acompañar la única pieza de la ópera que no lleva la firma de Rossini, el ‘aria di sorbetto’ de Haly ‘Le femmine d’Italia’ (tampoco puso en música los recitativos).

Varduhi Abrahamyan protagonizó un auspicioso debut haciendo suyo un personaje tan complejo como el de Isabella, con una voz hermosa y esmaltada en toda su amplia tesitura, de colores oscuros y con punta; la vis cómica de la mezzo francoarmenia redondeó su aplaudida presentación liceísta. También brilló a gran altura el Taddeo de Giorgio Caoduro con una voz tan noble como bien timbrada. Conquista, a pesar de la dureza de sus agilidades, el Mustafá de Luca Pisaroni, gran artista y gran actor, pero el tenor Maxim Mironov, a pesar de su cuidado fraseo, no alzó el vuelo debido a una falta de brillo que, aunque remontó enteros en la segunda parte, no pudo consolidar su entrega.

Sara Blanch, como Elvira, hizo lo que pudo ante una alborotada dirección de escena que no le dio tregua, secundada por la correcta Zulma de Lidia Vinyes-Curtis y por el voluntarioso Haly de Toni Marsol. Así como Elvira fue la gran perjudicada con la a ratos mareante dirección de actores, la sencilla pero muy convincente puesta en escena de Vittorio Borrelli –con escenografía de Claudia Boasso y un espléndido vestuario de Santuzza Calì– perdió enteros por ayudar poco y nada a la proyección de las voces y por ese exceso de movimientos y coreografías –bochornoso el ruido extra en el esencial septeto– que demostraron que el ‘regista’ no confía en las partituras rossinianas y en la dramaturgia que nace de ellas y en la que está todo el movimiento que se necesita, restando efectividad a varios divertidos golpes de efecto teatrales que se proponen y que sí que se justifican.