CRÍTICA DE ÓPERA

Una 'Flauta mágica' reivindicativa

El Palau de les Arts de Valencia se apunta un tanto con el polémico montaje de Graham Vick

Un momento de la representación de 'La flauta mágica' en versión de Graham Vick en el Paleu de les Arts de Valencia

Un momento de la representación de 'La flauta mágica' en versión de Graham Vick en el Paleu de les Arts de Valencia / MIGUEL LORENZO

Pablo Meléndez-Haddad

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La aventura que propone Graham Vick con el quinto montaje de 'La flauta mágica' de su carrera –una controvertida coproducción del Festival de Macerata y el valenciano Palau de Les Arts– comienza antes de los tres acordes iniciales con los que Mozart da inicio a su última obra maestra para el teatro. Una sala inundada de pancartas reivindicativas de diferentes movimientos sociales recibe al público nada más entrar al teatro, mientras en el escenario algunos de los 64 figurantes voluntarios reclutados para la ocasión se pasean o acampan –cual 'homeless'– ante tres símbolos de las tentaciones del poder que intentarán hechizar las almas puras de los inocentes protagonistas: la religión, la política monetaria y el consumo.

Los personajes del 'Singspiel', con estrafalarias vestiduras acordes a la propuesta, contribuyen a darle la vuelta a la obra original renovando su sentido con ojos contemporáneos y cero pudor, replanteando el lugar de la mujer en la obra (da gusto ver que Sarastro le tiende la mano a la Reina de la Noche) y dando una patada en la boca a la oligarquía de los poderosos, esos que se lo heredan todo de generación en generación, con el dinero –y todo su poder– en el centro de la cuestión.

Cierto es que Vick recurre a la estética de lo feo, que el mensaje exige cierto nivel de preparación previo para que se entienda y que frustra a quien pretendía ver un cuento infantilizado (cuánto daño hacen según qué tradiciones), y eso provocó que la noche del estreno una fuerte pitada rechazara el rompedor discurso. Sin embargo, en la función del viernes, el público –inocente y puro–, declaró un rotundo triunfo, sin importar los cambios, retoques y recortes, premiando a los intérpretes y asumiendo el protagonismo de los figurantes –ciudadanos valencianos, debutantes en el mundo del teatro– que comentan escenas y revelan sus miedos y las secretas intenciones de los protagonistas con textos escritos para ello.

Les Arts se apunta un tanto con este montaje revolucionario, polémico e intrusivo: su público ya no será nunca el que era.

Mejor en lo dramático que en lo vocal

El 'casting', en cambio, no estuvo a la altura del coliseo valenciano a nivel vocal, aunque sí en lo dramático: todos se vieron profundamente entregados al proyecto. Se apostó por jóvenes solistas –algunos del Centre de Perfeccionament de Les Arts– entre los que sobresalió la Pamina de Mariangela Sicilia. El sonoro Tamino de Dmitry Korchak acusó una línea de canto irregular, mientras no llegaron a convencer –siempre en el plano vocal– el inestable Papageno de Mark Stone, la sutil Reina de la Noche de Tetiana Zhuravel ni el digno pero poco rotundo Sarastro de Wilhelm Schwinghammer.

El Coro de la Generalitat Valenciana demostró su valía, al igual que la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida por un Lothar Koenigs concentrado en el foso y sin dar entradas ante la complejidad de la acción teatral, detalle que provocó desajustes inevitables.

TEMAS