CRÍTICA DE CINE
Crítica de 'Roma', de Alfonso Cuarón: carta de amor a un barrio
El cine fija el tiempo. En el caso de 'Roma', fija el recuerdo y la pertenencia. Para Cuarón, seguro, es la película más importante de toda su carrera
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Más allá de ser la primera película internacional de Netflix que se estrena en salas cinematográficas en nuestro país (aunque en estreno limitado) y que no se ve solo en 'streaming', y de venir alabado como uno de los filmes del año (León de Oro en el festival de Venecia, éxito absoluto de público en el de San Sebastián), Roma es un excelente relato autobiográfico y una película de innegable belleza que retrata con afecto el barrio de clase media de Ciudad de México que da título al filme.
El estilo cambiante de Alfonso Cuarón, uno de los tres importantes cineastas mexicanos bien instalados en el Hollywood actual (los otros dos son, por supuesto, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu), ofrece en Roma Romaotra de vuelta de tuerca. Nada que ver entre el naturalismo casi neorrealista de este filme, rodado en blanco y negro y con espléndidos actores no profesionales, y las andanzas de Harry Potter, la tridimensionalidad espacial de Gravity Gravityo, en clave de estricta producción mexicana, las andanzas del trío de personajes a la deriva emocional de Y tu mamá también.
Cuarón tiene estilo, pero ese estilo es inclasificable o, si se prefiere, dúctil y camaleónico. Solo de esta forma puede pasar de la gran producción estadounidense a una introspección tan personal, tan documental aunque la película no lo sea en el sentido estricto del término, filmada con una elegancia que en ningún momento es estetizante (las escenas en la playa, por ejemplo) y con un blanco y negro que podría rivalizar con el de la reciente Cold war. El cine en blanco y negro, afortunadamente, parece que ya no asusta en términos comerciales.
Esta carta de amor a un barrio, a una forma de vida, a las mujeres que le criaron cuando era un niño, en los años 70, no está exenta de cuestionamientos. No es una revisión edénica de la propia infancia. Es una crónica urbana en la que Cuarón se sitúa en primera persona porque es su voz, a través de sus recuerdos de niñez, los que dirigen el destino del relato.
Hay pues algo de terapia en sus imágenes luminosas. Cuarón ha declarado que la memoria siempre está en proceso de transformación y que con este filme ha intentado tapar algunas grietas emocionales que siguen existiendo desde aquellos años. Es también la película de alguien que vuelve constantemente a su lugar de nacimiento. El cine fija el tiempo. En el caso de Roma, fija el recuerdo y la pertenencia. Para Cuarón, seguro, es la película más importante de toda su carrera.
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