estreno operístico

La gélida 'Turandot' de Robert Wilson divide al Teatro Real

El consagrado director de escena estrena en Madrid una esteticista propuesta de la ópera de Puccini

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Pablo Meléndez-Haddad

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Un montaje de Robert Wilson siempre es noticia, más si se trata de una nueva producción suya para un teatro español que ha agotado las localidades para las 18 funciones programadas hasta finales de mes. El consagrado director de escena regresó el viernes al Teatro Real de Madrid para proponer una nueva 'Turandot', la obra póstuma de Puccini, en coproducción con los teatros de Toronto, Houston y Vilma, la capital de Lituania. Y como suele suceder con las propuestas del creador estadounidense, encandiló y fascinó a quienes veían una propuesta suya por vez primera, pero aburrió a los que le siguen la pista desde hace años, siendo muy aplaudida pero también protestada por parte del público.

En todo caso, hubo bastantes sorpresas, y no precisamente estéticas. La primera fue emocional: antes de levantarse el telón, Wilson subió al escenario acompañado del director artístico del Real, el barcelonés Joan Matabosch, para dedicar la función a la memoria de Montserrat Caballé. "Los artistas, el coro, las instituciones, los patrocinadores, el maestro y todo el teatro, queremos dedicar esta producción de 'Turandot' a la memoria de Montserrat Caballé, una de las artistas más inconmensurables de la historia de la ópera fallecida hace unas semanas y que fue una excepcional intérprete de los dos papeles femeninos de esta ópera", afirmó Matabosch. "Bob quiere dedicar su producción a Caballé", continuó el director antes de pasar el micrófono al 'regista', a quien se le quebró la voz nada más tomar la palabra. "Uno de los grandes honores de mi carrera fue trabajar con ella", apuntó un Wilson emocionado. "Fue tan  especial trabajar con ella por su calidad y sentido del humor. Al final te dabas cuenta de que era como una niña". Matabosch insistió diciendo que Caballé era "única, una artista de quien en el diccionario no hay palabras para calificar su legado". Ambos fueron muy aplaudidos por el encopetado público del estreno, entre el cual pudo verse a muchas caras conocidas, desde Nati Abascal a Susana Gallardo junto a su ahora inseparable Manuel Valls, sin olvidar a buena parte de la clase dirigente, muchos de ellos mecenas del coliseo madrileño.

El resto de las sorpresas llegaría con la propuesta escénica, con un Wilson que esta vez alimentó su minimalismo con diversos recursos escenográficos -el alma de los muertos volando, el hijo del cielo colgando en el escenario o la Turandot presentada en una bandeja iluminada, inalcanzable-, un cuidado vestuario y un Calaf que renuncia al amor de su vida para dejar a la impenetrable princesa de hielo vivir en paz su virginidad. Triunfa el amor -la renuncia-, pero no la pasión, esa que emana nota a nota de la partitura de Puccini y que choca de frente con Wilson y la frialdad de su esteticismo, ese que crea distancia con sus coreografías imposibles. Además torturó a la platea con un neón que iluminaba la cara del público creando un efecto óptico tan irritante como efectivo, que además reaccionaba a según qué movimiento de los intérpretes. Pero este es el teatro de Wilson, que quiere alejarse de lo natural y crear un mundo propio muchas veces incoherente ante partituras que demandan diálogo entre los intérpretes, quienes tiene que saber reprimirse. El Real puso a disposición del director un grupo de consagrados solistas que respetaron su concepto consiguiendo efectos tan hermosos como previsibles, acabando con los brazos agarrotados. 

Iréne Theorin fue una Turandot ideal, de voz impresionante y no solo por potencia, sino también por sutilezas y 'pianísimos'. Gregory Kunde encantó con el poderio de sus agudos, intentando además un fraseo sutil y expresivo y negociando los graves como podía. La soprano canaria Yolanda Auyanet fue la más aplaudida, con una Liù emotiva y eficaz, de fraseo noble y concentrado, aunque los nervios del estreno no le dejaron explayarse en su totalidad. Muy aplaudido fue también el Timur de Andrea Mastroni, impecable salvo en los nerviosos sobreagudos, mientras las tres máscaras se movían entre divertida y ridículamente por el escenario aportando tres voces muy bien amalgamadas, las de Joan Martín Royo, Vicenç Esteve y Juan Antonio Sanabria. También impresionó positivamente el sonoro Mandarín de Gerardo Bullón.

Un gran papel jugó tanto el impecable, afinado y expresivo Coro del Real como la eficaz orquesta titular del coliseo, liderada esta vez por un desenvuelto Nicola Luisotti, encargado de poner la pasión en esta 'Turandot' igual de gélida que su protagonista, por mucho que la hayan vestido de rojo.