CRÓNICA

El actor en la época de su reproductibilidad técnica

El público mantiene una relación tirante con el intérprete robot que protagoniza 'Uncanny Valley'

El robot que protagoniza la obra 'The Uncanny Valley'.

El robot que protagoniza la obra 'The Uncanny Valley'. / periodico

Manuel Pérez i Muñoz

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Qué título tan acertado. 'Uncanny Valley' (valle inquietante) es una teoría de la robótica que indica el punto más bajo en la escala de aceptación humana de la presencia de un robot, cuando un androide trata de asemejarse a una persona pero no lo consigue y queda aislado en una desconcertante tierra de nadie. El fin de semana de la creación contemporánea del Festival Temporada Alta de Girona comenzó el viernes con esta propuesta del laureado colectivo berlinés Rimini Protokoll, y en particular de Stefan Kaegi, que en 2008 mostró en los añorados Radicals del Lliure de Rigola 'Cargo Sofia', instalación-viaje documental interpretado por camioneros búlgaros, canela fina.

Como decíamos, el protagonista es un cableado humanoide quiero-y-no-puedo, una versión carísima del autómata de feria de finales del XIX, más cerca de la paradoja mecánica de Bioy Casares que del idealismo fantástico de Asimov. Se trata de una copia a imagen y semejanza del escritor alemán Thomas Melle, quien también le presta voz y argumentos para un juego de presencia y ausencia, un doble que adolece de miedo escénico y del trastorno bipolar que atenaza su vida, un replicante que podrá disfrutar de un horizonte casi eterno de actuaciones por teatros de todo el mundo.

Androides en escena

El dualismo metafísico es solo la base de una secuencia sistematizada de temas que se expanden en estructura arborescente. En la pantalla vemos al Melle real, investigando sobre implantes robóticos, entrevistando a expertos en inteligencia artificial, descubriendo como se crean moldes y texturas para imitar la vida. Una dispersión de ese corpus teórico que nos recuerda que los androides se harán cargo del 20% de los trabajos en la próxima década. ¿También en escena? Una cosa es hacer coches y otra bien diferente transmitir emociones con la presencia.

La vida tortuosa vida de Alan Turing y su conocido test son otras fases del juego, porque avanzó la forma de descubrir la falta de empatía de la máquina, como en 'Blade Runner' pero sin tanta poesía. Aquí no es necesario, la sucesión de expresiones programadas con sus sonidos articulares mecánicos provocan más y más extrañeza a cada nueva mueca. El público sostiene una relación tirante con el único no-intérprete, como sintiéndose atrapado en un futuro nonato, un sueño en la línea de la pesadilla. ¿Por qué aplaudir si no hay nadie en escena? La tensión sólo se desvanece cuando el Melle de hierro y silicona deja de hablar, cuando se encienden las luces de salida y comienza el tiempo de fotografiar con el móvil a la extraña criatura.