CRÓNICA

Slayer quema las naves en el Sant Jordi Club

La banda californiana ofreció un concierto aplastante para despedirse de su público barcelonés, encabezando un desfile completado por Lamb of God, Anthrax y Obituary

Kerry King, en el concierto de Slayer en el Sant Jordi Club

Kerry King, en el concierto de Slayer en el Sant Jordi Club / periodico

Jordi Bianciotto

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El anuncio de la despedida de Slayer movilizó a la clientela metalera y pronto volaron las más de 4.500 entradas para el concierto de este domingo en el Sant Jordi Club. Los californianos han actuado en Barcelona una docena de veces desde su estreno, en 1990, en el festival ‘Clash of the titans’ (Velòdrom d’Horta), pero incluso los fans más repetidores se prestaron a peregrinar para decir adiós (o hasta luego, nunca se sabe) a una banda capital en la definición del metal extremo.

A Slayer, por lo visto, le pesan los años y el desánimo tras la triste pérdida, en el 2013, de un miembro troncal, el guitarrista Jeff Hanneman. Aunque con Gary Holt ocupando su plaza han seguido rindiendo a un alto nivel, ya no ha vuelto a ser lo mismo. Pero, en su reencuentro póstumo con Barcelona, sacaron fuerzas de flaqueza y dejaron su nombre en lo más alto. Colofón de una larga sesión que incluyó platos tan densos como el death metal de Obituary y el despiadado thrash-groove de Lamb of God, luciendo su eslogan de “pure American metal”.

Dos de los ‘big four’

Voces guturales y brutalidad ejecutiva emparedando la actuación de otro clásico, Anthrax, contemporáneo de Slayer (y de Metallica y Megadeth, bandas que en los 80 completaron el club de los ‘big four’ del thrash metal estadounidense), sin novedades frescas pero con un ‘set’ compacto que deleitó a la afición. Amigos de sus amigos, y con Joey Belladonna y Scott Ian al frente, abrieron y cerraron con citas a ‘Cowboys from hell’, de Pantera, antes de deslizarse por un ‘grandes éxitos’ que cubrió desde sus asaltos a ‘Got the time’ (Joe Jackson) y ‘Antisocial’ (Trust), hasta una vertiginosa ‘Be all, end all’ y, cerrando, la lejana ‘Indians’. Reconfortante.

Para Slayer se reservó la puesta en escena más tremebunda, con llamaradas desde el minuto uno, cuando el doble bombo de Paul Bostaph impuso el ritmo sofocante a la canción de apertura, ‘Repentless’. Tom Araya, de perdidos al río, arrasando sus cuerdas vocales al son de ‘Blood red’, ‘Disciple’ y un álgido ‘Mandatory suicide’. Sí, esa lírica tan simpática, rica en baños de sangre, vaticinios infernales e inyecciones de odio.

Concierto bien estructurado, en el que Slayer dispuso con acierto las inflexiones dramáticas: introducciones de pesadilla, parones secos, aceleraciones ‘kamikaze’ e inmersiones en profundidades líricas. De las supersónicas ‘Jihad’ o ‘Dittohead’ a esa catedral llamada ‘Seasons in the abyss’, con aires de Black Sabbath y siniestros semitonos. El tándem de guitarras de Gary Holt y Kerry King, eficaz y trascendiendo el automatismo.

En cierto momento, una escena de conexión mística con la audiencia, cuando Tom Araya se quedó en silencio, forzando unos aplausos que replicó con un escueto “gracias” (en castellano, lengua de sus padres, chilenos). El comienzo del fin llegó con ‘Hell awaits’, preludio de un bis en el que no faltaron ‘Raining blood’ ni ‘Angel of death’, canción inspirada en el nazi Joseph Mengele con la que Slayer nos brindó esforzadamente su última pesadilla.

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