EL LIBRO DE LA SEMANA

'Kentukis': ciudadanos anónimos

Con la invención de unos extraños dispositivos tecnológicos, Samanta Schweblin crea una fábula sobre la incomunicación

La escritora argentina Samanta Schweblin.

La escritora argentina Samanta Schweblin. / periodico

Ricardo Baixeras

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En su momento ya celebramos aquí de qué manera Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) logró “acomodar la realidad a lo insólito de la existencia”. La suya es una literatura surgida de la búsqueda agónica de lo enigmático que asola en la cotidianidad. La escritura de Schweblin como si fuera la llamada hacia una invocación, una atmósfera nada condescendiente con el lector, el dibujo perfecto de un hechizo. Que ahora vire su mirada hacia la tecnología en forma de dispositivos con los que estar hiperconectados desde una parte del planeta a otra no debería extrañar a nadie. La vida en red capaz de hacer que las vidas muten hacia una suerte de ciudadanía anónima auspiciada por una forma explícita de ver el mundo es también un panorama inquietante. La palabra 'kentuki' contiene una suerte de aleph borgeano: da nombre a una ciudad australiana y ucraniana, un plato japonés y es el nombre de un caballo ruso que ganó varias carreras. Sobre el famoso pollo frito ni me pregunten.

Los kentukis son un cruce extrañísimo entre peluche y teléfono que permite conectar tiempos y espacios de las vidas de unos personajes que están a miles de kilómetros de distancia. Vivir vidas ajenas como si fueran propias. Sostener la mirada del otro. Contener en una vida todas las vidas posibles. Hacer que el tiempo se convierta en el espacio para ejercer "secretamente el don de la ubicuidad". Hacer que una vida sea ejemplo para otras. La novela pretende crear un lugar para pensar nuestra hipermodernidad como un espacio-tiempo caótico, desastroso y apocalíptico. Por eso uno de los personajes pude decir: "Estaré loca pero por lo menos estoy actualizada, pensó. Tenía dos vidas y eso era mucho mejor que tener apenas media y cojear en picada".

Pero el asunto de la novela no es solamente la descripción angustiante del ansia posmoderna para estar comunicados en todo momento, sino más bien de qué modo la incomunicación atraviesa nuestras vidas tecnológicas y de qué manera la visibilidad es la indiscutible y única condición posmoderna. La soledad que asola al hombre del siglo XXI convertido en un muñeco voyeur. Porque en 'Kentukis' ver es la condición primigenia de unos personajes extraños de sí, ausentes de su propia condición humana y que ya solo se piensan a sí mismos como si fueran otros o ligados a un muñeco que les permite contemplar mejor una soledad nada edificante.

Schweblin conmuta la extrañeza del lenguaje por la extrañeza de unas vidas lastradas por el peso de la tecnología. Aquí de lo que se trata es de cómo comunicar incomunicación. Y para ello no es necesaria la ciencia ficción, ni el poder omnívoro de los sueños fantasmagóricos. El acontecimiento decisivo de este texto es la autorregulación de una tecnología cotidiana que ya no parece posible humanizar. La fractura que se dibuja tiene que ver con ese límite entre robots y humanos. De ahí la violencia hacia unos seres que ni son humanos ni son solo robots: la figura de un ciudadano anónimo por venir.

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