CRÍTICA DE CINE

'Dogman': tragedia de un hombre ridículo

Lo mejor del último filme de Mateo Garrone, además de su puesta por una cierta vena neorrealista que empieza por su reparto semiprofesional, es la visualización del barrio miserable donde transcurre

Quim Casas

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Con lo bobo que parece, le dice un agente de policía al protagonista de Dogman después de haberse perpetrado el atraco a una tienda de compra-venta de oro a través de una de las paredes de su peluquería canina. Marcello, el personaje en cuestión, no es exactamente bobo. Es un tipo mediocre, sin demasiadas aspiraciones, separado de su mujer pero entregado a su hija, que limpia y peina perros, participa en concursos caninos, juega al fútbol con algunos amigos del barrio y no sabe qué hacer con Simoncino, un cuerpo robusto sin cerebro alguno que lo utiliza para sus trapicheos, le obliga a convertirse en su suministrador de cocaína y tiene aterrorizada a toda la barriada.

Lo mejor del último filme del director de Gomorra y RealityMateo Garrone, además de su redomada apuesta por una cierta vena neorrealista que empieza por su reparto semiprofesional (el protagonista, Marcello Fonte, fue recompensado en el último Cannes), es la visualización de ese barrio miserable de una indescifrable ciudad del sur, de suelo sin pavimentar y edificios que apenas se sostienen con vigas carcomidas, pero en el que la gente parece feliz... hasta que hace acto de presencia el descerebrado Simoncino.

Dogman es la historia de un individuo pusilánime o, parafraseando el título de un filme de Bernardo Bertolucci, la historia de un hombre ridículo. Está ambientada en la Italia de finales de los 80, pero bien podría trasladarse a los espacios y códigos del wéstern, con sus matones, escenarios y héroes o antihéroes anónimos a su pesar.