CRÍTICA DE CINE

'Lazzaro feliz': una seductora rareza

Alice Rohrwacher deslumbra en su capacidad para transformar referentes como Pasolino u Olmi en algo intrépido, nunca antes visto

Nando Salvà

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Situada entre el cuento popular, el drama social y el relato fantástico de viajes en el tiempo, la tercera película de Alice Rohrwacher toma inspiración de un descubrimiento que tuvo lugar en los años 80 en el centro de Italia: una noble adinerada se había estado aprovechando de la aislada ubicación de su finca para extender la práctica de la aparcería durante décadas después de su abolición, manteniendo a sus trabajadores esclavizados y en la inopia tanto acerca de sus derechos como de los avances del mundo exterior. De hecho, durante sus primeros compases Lazzaro feliz da la sensación de estar ambientada en el siglo XIX. Es poco a poco, a medida que aparecen en escena teléfonos móviles y atuendos modernos y música disco, que comprendemos que casi nada en ella es como parece.

Mientras acompaña al personaje del título, un adolescente tan solícito y generoso que inevitablemente sufre los abusos no solo de sus patronos sino también del resto de trabajadores, la película experimenta en mitad de su metraje una intrépida fisura narrativa que reconfigura las coordenadas espaciales y tonales del relato y acentúa los contornos de su crítica a una sociedad fundamentada en la explotación de los débiles. Y podría decirse que en el proceso se muestra deudora del cine de Pier Paolo Pasolini Ermano Olmi de no ser porque eso significaría desacreditar la deslumbrante audacia de su método, y su capacidad para transformar esos y otros referentes en algo nunca antes visto, tan desconcertante como seductor.