EL LIBRO DE LA SEMANA

Lo último de Álvaro Pombo: el infierno al amor del fuego

'Retrato del vizconde en invierno' es un buen muestrario de las virtudes del anticonvencional autor

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Domingo Ródenas de Moya

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Cerca de cumplir sus 80 años, Álvaro Pombo sigue siendo uno de los novelistas más jóvenes, si es que joven ha de significar indócil, anticonvencional y provocador. Desde su debut en los años 70 como poeta y narrador, los ejes de rotación de su obra han variado muy poco porque no han venido marcados por lo circunstancial sino por lo esencial de la naturaleza humana: el bien y mal expresados en las relaciones interpersonales, el amor y el deseo que elevan y destruyen, la pasión inútil de la trascendencia. Esas grandes cuestiones aparecen suscitadas a través de personajes conflictivos y deseantes, seres ambiguos, a menudo bifrontes, con un rostro que mira hacia el altruismo y la bondad y otro que se encara al lado tenebroso de la crueldad, sin que falten seres inocentes, extraños casos de santidad laica en los que prevalece la atención al bienestar ajeno sobre la satisfacción de los propios impulsos. 

Todo eso, sin embargo, no basta para hacer de Pombo un escritor de excepción. No lo sería sin dos condiciones más por lo menos: la consistente armazón de sus novelas alrededor de uno o dos caracteres y, sobre todo, la forja de un estilo originalísimo en el que los registros verbales más dispares chisporrotean, colisionan y finalmente se compenetran. La prosa de Pombo brinca la vulgaridad más procaz hasta la cita bíblica, filosófica o literaria más exquisita, va de la digresión erudita y profunda (hay que escarbar en las raíces de sus reflexiones) a la jocosidad de sal gruesa o a la expresión recogida al vuelo en la calle. Pombo masajea el lenguaje, lo desentumece y le devuelve toda la fuerza expresiva que ha perdido en el uso cotidiano, periodístico o, no digamos ya, político. En esto consiste (o consistía) la literatura.

Este 'Retrato del vizconde en invierno' es un buen muestrario de las virtudes descritas. En el centro de la novela se yergue la figura de un intelectual, figura estelar del pensamiento de la transición, que se resiste a aceptar su senectud y el relevo biológico que comporta. Convive con sus hijos Miriam y Aaron, que acaba de ganar el Premio Nadal con 'Espalter', una elegía analítica sobre la muerte de su madre Elena en la que el vizconde carece de papel. A ese núcleo se añaden los amantes de padre e hijo, Lola Rivas y el joven Lucas Muñoz, que funcionan como reflejos de las insuficiencias y tensiones familiares. Y aún existe un círculo externo de personajes que completa esa función, el cura Ildefonso y su hermana Isa, tan irritantes como cómicos en su grotesco catolicismo franquista. Todos conforman una perfecta caja de resonancia de la siniestra música del alma de Horacio, que va a quedar registrada en el retrato al óleo que le regalan para su cumpleaños y que se pinta durante el invierno.

No obstante, tanto el retrato como el invierno del título aluden más simbólicamente a la inclemente etopeya de un escritor venido a menos (el vizconde) y al invierno de su decrepitud, física, sí, pero sobre todo moral. La fábula central recupera el mito de Chronos (o Saturno) devorando a su hijo y lo enmarca en una maraña de factores (el complejo de Edipo de Aaron, la homosexualidad no reconocida de Horacio, la frustración vital de Miriam, la lealtad compasiva de Lola...) que hacen de esta novela un sombrío jardín de las delicias.