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El 'Circo mágico' llena de humor, magia y números tradicionales el teatro Apolo

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Eduardo de Vicente

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El circo es uno de los espectáculos que más cambios ha sufrido en las últimas décadas. La aparición del Cirque du Soleil le añadió sofisticación y una espectacularidad inédita, las aportaciones de los montajes de pequeño formato han sido la innovación, el riesgo y la frescura mientras que la eliminación de la presencia de los animales ha alterado también las reglas del juego. Por ello, el mayor espectáculo del mundo ya no se mueve por los esquemas tradicionales y busca nuevas fórmulas para seguir atrayendo al público. La propuesta del Circo Mágico ofrece múltiples alicientes y se basa en la combinación entre humor, magia y números tradicionales en un ambiente de cuento con hadas, elfos, faunos y otros seres fantásticos. Y podemos verla no en una habitul carpa, sino en un teatro, el Apolo.

Cuando las luces se apagan se nos ilustra con unas proyecciones sobre el universo, las constelaciones y los doce signos del zodíaco representados por unos bailarines ataviados con detalles referentes a cada uno de ellos. La pantalla se eleva y descubrimos el escenario que permanecía escondido. Se trata del interior del castillo en el que destacan una biblioteca, un armario con instrumentos para experimentos y un gran árbol parlante que hará de narrador.

Magia, acrobacias y payasos poco convencionales

El vestuario es muy elegante y llamativo para representar a esos personajes del mundo de la imaginación o a los bailarines que siguen unas coreografías cuidadas. Estos elementos serán el hilo conductor de un espectáculo en el que nos irán brindando números clásicos circenses. El primero en aparecer misteriosamente es el mago Guille Martínez que se presenta con los trucos habituales, sencillos pero efectivos.

El gran número llega poco después. Se trata del dúo acrobático ucraniano Alansia, que, con la ayuda de una soga colgada del techo ejecuta múltiples acrobacias, incluso aéreas. Una conjunción repleta de energía y sorpresas que los niños reciben con varios oooh! Poco después descubriremos a los payasos que tampoco se asemejan a los de siempre. Son los Belui, una pareja formada por un divertido tipo que siempre lleva sombrero (bien sea de bufón o un turbante) y una chica pelirroja muy simpática. En su primera aparición participativa harán un juego con los niños y unas sillas. Más adelante harán lo propio con sus padres a los que mostrarán un curioso fenómeno físico y, en su tercera intervención, invitarán a adultos y pequeños a jugar con unas campanillas para interpretar El danubio azul, siempre con resultados sorprendentes. Y hasta protagonizan un número de magia de escapismo entre unas cajas…

El mimo de dos caras, la suspensión capilar y el trío elástico

El siguiente en aparecer es el mimo Ribet Mathieu que aparece vestido y maquillado de blanco impoluto y parece una de esas estatuas de las Ramblas, pero con una diferencia, tiene dos caras. Una es la propia y la otra, una máscara que se mueve como por arte de magia en un número delicioso. Le sigue Gloria Rodrigues que ofrece una suspensión capilar, es decir, que ata a su largo pelo una cuerda y vuela a 40 metros de altitud en una danza sugestiva. La primera parte finaliza con el trío Essence formado por tres acróbatas campeonas de Europa que muestran su elasticidad y flexibilidad con unos movimientos estéticos sobre un plafón redondo. Son la envidia de la Elastigirl de Los increíbles. ¡Maravillosas!

El unicornio equilibrista y los Icarios

Tras una pausa de un cuarto de hora se reanuda la función con otra proyección similar a la inicial pero ahora referida a los planetas del sistema solar y otra sesión de magia centrada en la levitación y desaparición. Y, a continuación, un baile de unicornios coronado con otro de los grandes artistas, el equilibrista Togni Christopher, todo fibra, que es especialista es la denominada parada de manos, es decir, aguantar verticalmente sobre dos palos metálicos que acaban en un cuadrado de madera. No satisfecho con su proeza aumenta la dificultad hasta llegar a un desenlace inesperado solo al alcance de los muy virtuosos.

Llegamos al tramo final con una pareja de chicos, Ébano y Marfil, que practican la disciplina denominada Icario, una especie de malabaristas que trabajan con los pies. Uno de ellos se tumba en una silla al revés con los pies hacia arriba y juega con ellos para que su compañero rote y protagonice los saltos mortales y las piruetas más increíbles. Tras los aplausos de rigor, con el público entusiasmado, llega el epílogo, muy plástico, donde las luces son las protagonistas. Un par de horas que se pasan volando (como algunos de los artistas), que entretienen y divierten, ofrecen un universo mágico y muestran como otros formatos circenses son posibles.