CRÓNICA DE MÚSICA

Clara Wieck, por fin en la OBC

El conjunto catalán ofrece en primera audición una obra de la compositora

El director Jan Willem de Vriend

El director Jan Willem de Vriend

Pablo Meléndez-Haddad

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Después del huracán Bernstein, la OBC volvía a su estado natural con un programa clásico-romántico por excelencia y con una plantilla que no superaba los 60 efectivos. El principal director invitado del conjunto, el holandés Jan Willem de Vriend –que en julio dirigió a la Orquestra en el legendario Concertgebouw de Ámsterdam–, se puso al mando –sin batuta y con partitura– consiguiendo un sonido cohesionado y muy bien trabajado, con cotas épicas en la obra de Mendelssohn de la segunda parte.

Antes, y para abrir boca, se incorporaba al repertorio de la OBC el Movimiento de concierto para piano y orquesta en fa menor de Clara Wieck Schumann en la conseguida orquestación realizada por el musicólogo –y pianista– flamenco Jozef De Beenhouwer, todo pasión romántica, con ecos profundos, perfume chopiniano y muy exigente para el solista, aquí un debutante Hannes Minnaar –también proveniente de los Países Bajos– que demostró pericia y sensibilidad. Ante la calurosa acogida, el pianista regaló una adecuadísima versión del Liebeslied de Schumann en la fantasía de Liszt.

Minnaar, en todo caso, se lució verdaderamente en el Concierto para piano y orquesta Nº. 21 de Mozart ya desde la virtuosa entrada gracias a un primer movimiento coronado con una coda soberbia y bien articulada y al espíritu conseguido en el popular segundo movimiento, emotivo y nada edulcorado. El perfecto equilibrio del solista con el ripieno exhibido hasta ese momento se perdió en algunos compases del tercer movimiento, pero el maestro controló todo a tiempo sin llegar a males mayores, salvo por algún sonido muy acentuado en la madera.

De Vriend ofreció una brillante y concentrada lectura de la Sinfonía Escocesa de  Mendelssohn apostando por una precisa intención en la agógica y sacando partido de ese inusual y trepidante Vivace que el compositor encaja justo después del primer movimiento y que remueve toda la orquesta. Emocionó su enfoque del dulce Adagio, taladrado convenientemente con unos metales incisivos. Igualmente eficaz resultó el extrovertido Vivacissimo del final, casi coreografiado por el director.