CRÓNICA
Cat Power, magnética en Razzmatazz
La cantante de Atlanta mostró su buen momento en la serena y expresiva presentación de `'Wanderer' en el ciclo Cruïlla de Tardor
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Acostumbrados a la gesticulación, al simulacro del éxito y al efectismo emocional, lo de Cat Power parece venir de otro mundo. Dice tanto con lo que expone como con lo que se reserva, y pasea por los escenarios con el corazón en la mano, sin miedo a mostrar fragilidad ni yendo de desvalida, turbia pero ajena al oscurantismo de trazo grueso. Su reciente ‘Wanderer’ bien puede ser uno de los discos del año, y lo presentó con pulcra y recogida expresividad este jueves en Razzmatazz (Cruïlla de Tardor).
Entrando sigilosamente al escenario cuando sus músicos ya estaban esbozando en la penumbra los acordes preliminares de ‘He turns down’, Charlyn Marie ‘Chan’ Marshall (su nombre real) fue imponiéndose por la vía de una seducción tranquila, tirando de métodos establecidos a su imagen y semejanza: ese quirúrgico ‘medley’ de bienvenida que conectó ‘Into my arms’, de Nick Cave, con otras cuatro canciones, culminadas por ‘Horizon’ y sus invocaciones expiatorias a la familia. Conciertos sin fotógrafos (profesionales, se entiende), vetados por la artista.
Intensidad serena
Pero Chan Marshall está en un momento sereno y estable, maternidad mediante, y así de entera la vimos, manteniendo el pulso en la incursión ‘folkie’ de otra pieza nueva, ‘Robbin Hood’, y en ese delicadísimo diálogo de ‘These days’, de Jackson Browne (pieza que Nico dio a conocer hace 51 años), y su ‘Song for Bobby’, dedicada a Dylan. Del material de estreno hay que mencionar ‘Woman’, con tránsito ‘in crescendo’, expresando poder sin llegar a la épica; la melancólica ‘Me voy’, mirando a la frontera mexicana, y el inquietante balanceo de ‘In your face’.
Ya fuera a través de canciones propias o de esas versiones que sabe convertir en material propio (de ‘Pa pa power’, de Dead Man’s Bones, a ‘White Mustang’, de su amiga Lana del Rey), Cat Power nos fue enredando en sus minimalistas construcciones que destilan herencias folk y de la música negra, levantadas por un trío discreto e incapacitado para irse por las ramas: Adeline Jason a la guitarra y el bajo, Erik Paparazzi al teclado y Alianna Kalaba a la batería.
Cómplices de trazo impresionista, habilitados para arroparla también en los momentos en que convenía alzar el tono, como en ‘Metal heart’ y en la canción más accesible, ‘Manhattan’. Una cuña bailable procedente de su anterior disco, ‘Sun’ (2012), que en su día invitó a verla casi como una cantante pop. No van por ahí los tiros: ella es la creadora poco moldeable, atraída por los claroscuros, que se despidió en Razzmatazz cantando a la hipótesis del amor después de la muerte en ‘The moon’. Y la figura de escena un poco torpe que, como colofón, soltó un breve y atropellado monólogo en castellano en el que nos pareció entender que “el mundo está loco” y que importan “solo las personas”. Quizá sí: hermosas y raras, como ella misma.
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