NOVEDAD EDITORIAL

Melilla, rompeolas de la miseria

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Elena Hevia

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“Melilla es una teoría de la guerra civil”. Lo dice Sergio del Molino (Madrid, 1979) en su libro ‘Lugares fuera de sitio’ que ha obtenido el Premio Espasa de ensayo de este año y es de nuevo una mirada oblicua y divergente al país, tras ‘La España vacía’. Los  lugares del libro, marginales y fronterizos, son incómodos. Evidencian equivocaciones del pasado que para la mayoría deberían corregirse. En Gibraltar, Ceuta, Andorra, Llívia, Olivenza y por supuesto Melilla “se exacerban los conflictos”, asegura el autor, pero precisamente por ello se puede hacer un diagnóstico de lo que somos.

A la hora de presentar el libro y seleccionar una de estas localizaciones anacrónicas, nada mejor que Melilla. Hasta allí se ha trasladado el autor para presentar su libro a la prensa. Es fácil interpretarla como una ciudad encerrada en sí misma y a su suerte, en una esquina olvidada de África. Como si fuera un destacamento militar romano destinado a contener hasta el absurdo el asalto incontenible de los bárbaros, de esos chicos de piel oscura que se juegan el tipo -la semana pasada murió uno- ensangrentándose manos y pies, porque las concertinas todavía no han sido retiradas del todo como se prometió. Del Molino se acerca a la valla, seis metros de alambrada doble, y un guardia civil melillense le explica cómo han cambiado los tiempos desde que era pequeño (tiene algo más de 30 años) y saltaba alegremente al otro lado -entonces la alambrada solo se elevaba tres metros- para recuperar una pelota que solía escapar muy a menudo a Marruecos.

Melilla es la única ciudad española que todavía exhibe una estatua de Franco. Alegan los melillenses, no todos. que no lo celebran como el dictador que fue –bueno, ellos no utilizan esa palabra, "dictador"- sino como comandante de la primera bandera del tercio de la Legión. “Vine aquí como periodista en el 2005 y entonces Melilla no tenía nada que ver con lo que es hoy porque la ciudad está más restaurada y bonita –explica Del Molino-, fue el momento más extremo de la crisis migratoria que culminó con la duplicación de la altura de la verja. Todo estaba tomado por militares, guardias civiles y por periodistas de medio mundo. La sensación era de histeria absoluta”.

Melilla es una ciudad pero a la vez es varias. Está la zona burguesa que conserva los restos de la ciudad modernista que fue, donde viven melillense de origen español, que da paso a un barrio popular, el Polígono, con mercado, mesas de té, mezquita y fuente de abluciones que te trasladan de golpe a Marruecos. Siguiendo la cuesta se llega a la Cañada de la Muerte, de gráfico nombre, donde se hacinan los más pobres y se divisan las caravanas de coches con el contrabando nuestro de cada día.  

Todas las calles tienen nombres militares, de gestas y héroes. Pero nadie, salvo Del Molino en su libro se acuerda del líder anticolonialista rifeño Abd el-Krim. Buscando sus huellas borradas autor y periodistas llegan a la fortaleza de Cabrerizas Altas, donde fue encerrado por los franceses. Hoy ese lugar, que alberga un museo a mayor gloria de los novios de la muerte, es terreno de la Legión. Al brigada Villalobos, que ejerce de anfitrión del grupo,  Abd el-Krim se la trae al pairo. Él prefiere contar las gestas de su escuadrón en el más puro estilo ‘Hazañas bélicas’. Se le pregunta por su peor destino, el más duro y cruel, ¿Kosovo o Irak,? y él sonríe de través: “el peor no, el mejor”. No fanfarronea. Está convencido de lo que dice.

Es un mundo extraño para los civiles que no caben en sí de asombro cuando el brigada les informa de que el ojo que le enuclearon al delirante padre fundador Millán Astray (“Muera la inteligencia, viva la muerte”) está enterrado bajo un monumento en el patio. Una búsqueda posterior en google asegura que el ojo en cuestión está en el Museo del Ejército en Ceuta, así que aquello debe de ser como el santo prepucio, cuyas reliquias se disputaron en tiempos varias ciudades francesas, Roma y Santiago de Compostela.

Eso es Melilla, contrastes al límite. Frente a esa realidad, Del Molino, para quien su libro es una invitación a buscar razones para la convivencia en tiempos difíciles, opta por reforzar la mirada del extraño. “Lo fácil sería ceder la soberanía. Pero trasladar a la mitad de la población a la península forzosamente no sería justo porque es gente que ha vivido aquí durante generaciones. Es un dilema difícil y virulento porque Melilla es el rompeolas de toda la miseria de África. Aquí se nos llena la boca censurando el muro de Trump, el gran xenófobo, sino que nos demos cuenta de que Trump está aprendiendo de nosotros”.