CRÓNICA

Volodos, o la pureza del sonido

El pianista ruso inauguró el curso de Ibercamera en el Palau

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Pablo Meléndez-Haddad

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Por novena vez el pianista ruso Arcadi Volodos regresaba a la temporada de conciertos de Ibercamera, esta vez para inaugurar el curso. Y lo hacía ofreciendo no solo a su Schubert adorado (al que le dedicó toda la primera parte), sino también a dos autores rusos en los que es una autoridad, el virtuoso y exigente Rachmaninov y el maravilloso y ensoñador Scriabin (y no por ello menos complejo). Abrió la velada la 'Sonata núm. 1 en mi mayor' de un Schubert jovencísimo servida en un maravilloso juego de contrastes de dinámicas, valorizando los silencios y sin correr, con un 'Andante' en el que primó el pianísimo y dejó volar el espíritu, todo sensiblemente teñido de romanticismo, recreándose en la pureza del sonido y mesurando el discurso. Una muestra de su pulidísima ejecución, con pasajes más timbrados –buscando siempre la belleza del sonido– y otros llenos de carácter. En el 'Minuetto' propuso contención, con velocidad pausada y enfatizando el carácter inacabado de la pieza.

Del Schubert temprano pasó al más experimentado, desgranando sus seis 'Moments musicaux' en una digitación prodigiosa, una musicalidad delicada y un gusto exquisito. Volodos nuevamente hizo gala de una ejecución timbrada, casi siempre anclada al discurso poético de las piezas, especialmente en las dos primeras, dando en ocasiones tanta importancia a los silencios como al sonido tiñéndolas así de dramatismo. En el tercer momento, el más popular, impregnó el teclado de sencillez invocando su melancolía. En el cuarto dio a todas las voces su justo protagonismo y en los dos últimos se explayó con sensibilidad y en el carácter contemplativo de la partitura. Un móvil y un desmayo en la sala no hicieron mella en la concentración del pianista.

El músico disfruta e interpreta como nadie las obras de Rachmaninov con toda la excitación y poderío sonoro

La segunda parte comenzó con una selección de tres preludios de diferente número de 'opus' y periodos de Rachmaninov, mostrando el contraste entre ellos, interpretados con talento desbordante y virtuosismo. El primero, uno de los más conocidos por formar parte de los 'Morceaux', casi no se reconoció en su parte más exigente ante la voraz lectura de Volodos. Propuso las obras con toda la excitación y poderío sonoro que demandan las creaciones de este compositor que el pianista disfruta e interpreta como nadie. También aportó un arreglo suyo de una canción del compositor ruso, cargada de fervor romántico, pura poesía.

Volodos dejó a Scriabin para el final, con una selección de piezas cortas y, en su discurso, cargadas de sentido, obras que exploran las posibilidades del piano casi hasta el límite. Todas se transformaron, en las manos del pianista ruso, en un 'tour de force' lleno de sorpresas que abren caminos a nuevas, conmovedoras y hasta perturbadoras sonoridades.