CRÓNICA TEATRAL

'Tebas Land', un gran ejercicio de autor en el TNC

La obra de Sergio Blanco conmueve con un virtuoso juego metateatral que bucea en el parricidio

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José Carlos Sorribes

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Hace cuatro años aterrizó en el Temporada Alta el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco, residente en París desde hace 20 años, donde dejó huella de un teatro con voz propia, sugerente y arriesgado. La misma obra de entonces, 'Tebas Land', hace ahora una breve estancia en la Sala Petita del TNC. Esta vez, la mirada contemporánea al mito de Edipo llega con la dirección de Natalia Menéndez y la interpretación de Pablo Gómez-Pando y Pablo Espinosa.

'Tebas Land' emparenta con desarmante naturalidad el mito clásico de Sófocles con alusiones a Dostoievski, a Freud o al Capote de 'A sangre fría'. Y también con el proceso de la escritura y creación teatrales, y se plantea hasta dónde nos llevan los límites de la representación. La pieza presenta a un dramaturgo llamado S, sin duda el álter ego de Blanco, que se propone escribir y montar una obra sobre un parricida, un joven que mató a un padre maltratador. Quiere viajar al fondo de la tragedia.

Sergio Blanco
revisa el mito de Edipo con un ejercicio que va de Sófocles a Dostoievski
on aires de Truman Capote

La idea inicial, que el propio parricida fuera el intérprete, no consigue los permisos administrativos, por lo que el autor se ve obligado a un doble trabajo: el de documentación en la cárcel y, a la vez, el de los ensayos con un actor elegido tras un cásting. Esos dos planos se entrelazan en un virtuoso juego metateatral a partir de la escritura de Blanco y la diáfana puesta en escena de Menéndez. Todo se desarrolla en una prisión, una enorme jaula, que igual es el patio donde el parricida Martín juega a básquet que el lugar donde se va ensayando la pieza. Y donde veremos que autor y personaje establecen puentes de conexión imprevistos.

Un ejercicio de precisión como el de 'Tebas Land' requiere, aparte de una dirección fina, un firme trabajo actoral. Gómez-Pando, pese a algún titubeo, sabe transmitir pasión como el autor-narrador. El otro Pablo, Espinosa, salva con la nota más alta un desdoblamiento imperceptible en un doble rol: el del parricida que viaja a la redención a través de la palabra y de la música de Mozart, y el del ilusionado actor embarcado en una aventura apasionante.