EL LIBRO DE LA SEMANA

'Cara de pan' de Sara Mesa: Pájaros sin patas

La última novela de la autora de 'Cicatriz' relata la impropia relación de un adulto y una niña

La escritora Sara Mesa, en Sevilla.

La escritora Sara Mesa, en Sevilla. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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El amor entre un anciano y una niña es hoy objeto de escándalo y repulsa­­­­­, pero durante mucho tiempo fue un lugar común de la literatura satírica, ocasión de burlas a costa del viejo verde o reverdecido (el senex amans). García Márquez cerró su carrera recreando el espinoso tema en 'Memoria de mis putas tristes' (2004) y el exiliado Francisco Ayala escribió un jocoso 'Diálogo entre el amor y un viejo' que actualizaba un diálogo medieval de Rodrigo Cota. Aunque fue Vladimir Nabokov en su 'Lolita' quien dio una vuelta de tuerca al tema otorgándole la voz narrativa al pedófilo manipulador y envolviendo de ambigüedad la inocencia de la niña. El tema no carece, pues, de abolengo literario, aunque el tratamiento haya oscilado entre lo cómico y lo trágico. No es de extrañar que Sara Mesa (Madrid, 1976), nada timorata al escoger sus asuntos, haya puesto ahí el foco en esta novela que, deliberadamente, se aleja de los tintes jocosos o escabrosos de sus precedentes.

En 'Cara de pan', la acción queda centrada en los encuentros diarios entre Casi (casi 14 años…) y Viejo, dos seres desvalidos y solitarios, desde que coinciden en un parque. Ocultos tras unos setos, a fuerza de conversar sobre pájaros y Nina Simone, se irá robusteciendo, poco a poco, una mutua dependencia afectiva. Casi huye del acoso que sufre en el instituto, al que ha dejado de asistir sin que lo sepan sus padres. Viejo anda en busca de un interlocutor que no lo rechace de buenas a primeras cuando le encaje una disertación ornitológica o una canción de Nina Simone, vestido con un traje vetusto e incapacitado para ver su propia extravagancia. Cualquier adulto reconocería aquí una relación impropia y sospechosa, reprobable y penada por las leyes… si se diera el móvil sexual que, sin embargo, parece ausente. Como esta circunstancia no es visible fuera del círculo que forman Casi y el Viejo, la asimétrica relación dispara todas las alarmas, empezando por las del lector. Sara Mesa provoca una reacción de desasosiego, la de asistir a la cita cotidiana y anómala entre una muchachita y un hombre de edad avanzada y conducta infantiloide, acaso porque sufre algún desorden mental cuya mera posibilidad tensa aún más los temores del lector.

La novela crece en breves secuencias que recogen los sucesivos encuentros de los personajes y pauta con ternura, pero sobre todo con excelente pulso narrativo, el afianzamiento de esa amistad —porque de amistad se trata, por insólita que sea— y la creciente amenaza de que se descubra el absentismo de Casi y, con ello, la blanca aventura con el Viejo. La psicología de la preadolescente Casi está trazada con pincel fino y solvencia, más que la del Viejo, que resulta esquemática y algo tópica (no tenía por qué tener los antecedentes que se le atribuyen para producir el efecto conmovedor y de cuestionamiento al que apunta la novela). La avidez de comprensión de Casi y su anhelo de identidad diferenciada son del todo congruentes con su deseo de gustar y con sus fantasías (incluidas las eróticas), todos ellos elementos eficientes en el desarrollo de la historia. Los dos son personajes carenciales, con serias dificultades para posarse en el suelo, como los pájaros sin patas a los que se alude en algún momento. La misma delicadeza con que se aborda la amistad improbable entre la niña y el Viejo se traslada al estilo: adelgazado como si quisiera confundirse con la misma voz de Casi contando retrospectivamente cómo conoció a quien mejor supo entenderla.