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Rodrigo Sorogoyen explica anécdotas del rodaje del 'thriller' político 'El reino'

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Eduardo de Vicente

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Una de las grandes películas españolas de la temporada es El reino, donde Antonio de la Torre se mete en la piel de un político corrupto. Un filme muy tenso con escenas muy complejas técnicamente y repleto de planos secuencia. El propio director, Rodrigo Sorogoyen nos explica algunas de sus anécdotas

-El prólogo. La primera escena se abre con un plano secuencia de Antonio de la Torre recorriendo un restaurante con un plato y una charla entre políticos durante una comida. Solo teníamos un día para rodar la escena completa. Trabajamos y ensayamos mucho, pero el 80 por ciento se nos fue en la conversación. El plano más complejo (el de Antonio por el establecimiento) solo pudimos hacerlo cuatro veces. Menos mal que quedó bien…

-Marisco del bueno. En esta misma secuencia, los actores están comiendo unos carabineros. Eran de verdad y, al principio, todos se alegraron mucho. Hubo quien no paró de comer pero también otros sufrieron un empacho y dijeron que al cuarto no podían más.

-El secundario de lujo. Luis Zahera es un actor que brilla especialmente en la escena del balcón. Parece que improvise mucho, pero no es así, lo que sí que hace con mucha frecuencia (como otros actores) es proponerme cambios en sus diálogos para hacerlos más suyos.

-Rodando un plano secuencia en un balcón. Puede parecerlo pero, en el fondo no fue tan difícil. Teníamos dos operadores, uno en el interior del despacho y uno en una plataforma frente al edificio. Cuando la escena sale al exterior, el primero le pasa la cámara por la ventana al segundo. El único problema fue que se veía un poco la plataforma y tuvimos que borrarla en la posproducción con efectos especiales.

-El plano más largo e intenso. Una de las escenas más difíciles de rodar fue la que transcurre en la casa de Andorra, un plano secuencia de 10 minutos. Estuvimos dos días enteros ensayándolo y dedicamos el tercero a rodarlo. Hicimos unas 13 o 14 tomas hasta que quedó bien.

-El grito. Aunque pueda parecerlo, la improvisación en esta escena es mínima. Los actores pueden reaccionar y les doy libertad, pero se ciñen en su mayoría a lo que está escrito. De todas las tomas que hicimos de esta secuencia escogí la que sale en la película por la interpretación de Antonio, no me costó nada decidirlo. Está brutal, con dos gritos calla a los chicos. Sí, estaba en el guion pero si el actor no lo hace bien, no es creíble, pero lo consiguió de verdad.

-Un padre actor. El abogado que acompaña al protagonista en el tramo final no es un actor, sino mi padre. Tiene 75 años. No puede subir escaleras y estaba preocupadísimo porque la escena del piso en Andorra se lo exigía. Era la más complicada y no la quería estropear.

-Andorra, una localización exótica. Por guion nos entraba en la idea de hacerlo lo más verosímil posible y escogimos Andorra en vez de Suiza. También, seamos sinceros, porque es más barato. Que pase allí le da un toque más local. Es un escenario pintoresco y poco explotado en el cine.

-La inspiración. No me hizo falta pensarlo mucho, el argumento me lo sugerían los informativos diarios y la indignación que sentía como ciudadano.

-Ni partidos ni izquierdas ni derechas. En ningún momento se hace alusión al partido al que pertenece el protagonista, ni siquiera a su ideología. El muy cabrón no tiene ideología, que es lo que le pasa mucho a la clase política. El tema que queríamos tratar era la corrupción del sistema y del individuo. No hubiera sido justo centrarlo en unas siglas porque la corrupción los mancha a todos.

-La música. Quería evitar recurrir a las bandas sonoras habituales, las más clásicas, y potenciar el nerviosismo, la huida del personaje. Por ello acordamos con el compositor, Olivier Arson, que fuera música electrónica para dar esa sensación de no parar, de seguir avanzando, de seguir huyendo y creo que le ha dado un toque más sofisticado.

-El estreno. Antes de San Sebastián, el filme se presentó en el de Toronto. Había mucha expectación pero me llevé una grata sorpresa porque el público reacciono bastante bien. Es curioso porque el espectador de festivales lo que quiere es ver buen cien. Gustó y que, aunque algunos detalles lógicamente, no los podían entender, en general supieron adaptarla a su realidad.