LA GRAN CITA DEL CINE FANTÁSTICO DE CATALUNYA

Sitges rinde culto al monolito de '2001: Una odisea del espacio'

El festival celebra el 50º aniversario de la obra cumbra de la ciencia ficción de Stanley Kubrick con la proyección, en la clausura, de una copia de la versión restaurada en 4K por Christopher Nolan

Un fotograma de '2001: Una odisea en el espacio', con el icónico monolito

Un fotograma de '2001: Una odisea en el espacio', con el icónico monolito

Quim Casas

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El 17 de octubre de 1968 se estrenaba en España 2001: Una odisea del espacio. El estreno estadounidense se había producido en abril de aquel año. Desde entonces, y con perdón de la influyente saga galáctica de George Lucas o el Blade Runner de Ridley Scott, el cine de ciencia ficción ya no sería lo mismo. Con la odisea de Stanley Kubrick, que Sitges homenajea desde el cartel de esta edición con el mítico monolito, a la altura del imponente King Kong, el género se hizo adulto de golpe. Atrás quedaban hombres invisibles, seres multiformes procedentes del espacio exterior e invasores de Marte. La ciencia ficción cinematográfica dejaba de ser una aventura para todos los públicos para convertirse en un poderoso artilugio de reflexión.

Fue un espléndido año para el género. En 1968 también se rodaron El planeta de los simios o Te amo, te amo, el filme de Alain Resnais tan parecido a ¡Olvídate de mí! de Michel Gondry y Charlie Kaufman. Sería el año de las revueltas en los campos universitarios y de la revolución del mayo francés. En ese contexto de cambio urgente, la ambiciosa obra de Kubrick se convirtió en un filme de culto entre los universitarios estadounidenses, que la reivindicaron desde los estados de la conciencia alterada: la visualización del viaje desde Júpiter hasta el más allá que idearon Kubrick y Douglas Trumbull, convertido en un verdadero trip entre las audiencias, aún no ha sido superada. A diferencia de Roger Corman, que tomó un ácido antes de rodar The trip para conocer sus efectos, Kubrick lo imaginó todo sin alteraciones químicas.

El Festival de Sitges se suma a la conmemoración del medio siglo de la odisea espacial en todos los sentidos. No es solo el poster de esta edición. Al certamen asistirán Jan Harlan, productor ejecutivo de varios títulos de Kubrick –Barry Lyndon, El resplandorLa chaqueta metálica- y hermano de la viuda del realizador, Christiane Kubrick, así como la hija adoptiva del director de Espartaco, Katharina. También estará presente, en calidad de miembro del Jurado Oficial, Piers Bizony, autor de uno de los libros de referencia sobre el filme de Kubrick, 2001: Filming the future, publicado en 1994 y reeditado en versión ampliada en el 2014.

Tono algo más amarillo

Como no podía ser de otro modo, el festival proyectará 2001: Una odisea del espacio. Lo hará en la edición restaurada en 4K que ha supervisado Christopher Nolan, algo que no debe sorprender teniendo en cuenta la influencia del filme de Kubrick en su Interstellar. Francis Ford Coppola financió la restauración y proyecciones con orquesta del Napoleón de Abel Gance. Martin Scorsese ha producido la recuperación de filmes de Michael Powell y de pequeños clásicos desconocidos del cine polaco. Nolan va más lejos, ya que él ha supervisado personalmente la restauración de 2001: Una odisea del espacio recuperando por ejemplo, y siguiendo las indicaciones originales del propio Kubrick, el tono algo más amarillo de los interiores tan blancos de la nave Discovery, la sala de espera de la estación espacial o la estancia en la que termina Keir Dullea tras su viaje sideral.

Kubrick se propuso hacer un filme sobre la mitología antes que una película de ciencia ficción. Basándose en un relato corto de Arthur C. Clarke, quiso hablar del papel de las máquinas inteligentes y su relación con los humanos, de la inmortalidad biológica y de la imagen científica de Dios. Una odisea cósmico-biológica a la vez que una interpretación laica del Génesis. Logró un filme formalmente apabullante y temáticamente intrincado, inabarcable. La elipsis que convierte un hueso prehistórico lanzado al aire en una nave que se mece en el espacio insondable al ritmo de un vals de Strauss es una de las mejores elipsis de la historia del cine. La secuencia de la desconexión de la computadora Hal 9000 a cargo del astronauta encarnado por Keir Dullea supone un clímax realmente angustiante.

Hay más, mucho más: la visualización de los orígenes del hombre, la gestualidad de los mimos que encarnan a los simios con máscaras provistas de palancas interiores accionadas con la lengua, la configuración de las naves espaciales –Kubrick obtuvo mucha información al respecto de parte de la NASA-, las misteriosas apariciones del monolito, la vida en el interior de la nave, el viaje lisérgico, la puerta estelar, la aparición final del feto-estrella… La película costó 10 millones de euros y tardó cuatro años en completarse, con 205 planos de efectos especiales sobre un total de 612. Tiempo, dinero y energías muy bien empleadas.