CRÓNICA DE MUSICAL

'Maremar', un musical a toda vela

Dagoll Dagom toca la fibra en el Poliorama con un montaje sobrio, de gran carga emotiva y brillantes canciones y coreografías

Momento de la representación de 'Maremar' en el Poliorama

Momento de la representación de 'Maremar' en el Poliorama / periodico

José Carlos Sorribes

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Como propulsado por un resorte. Así recibió el público, con una ovación en pie, el estreno en el Poliorama de ‘Maremar’, el nuevo espectáculo de Dagoll Dagom, dos años después de una producción mucho más ambiciosa en medios como  ‘Scaramouche’. La gran compañía catalana de teatro musical ha rebuscado en sus orígenes con una obra de creación colectiva, dirigida por Joan Lluís Bozzo, y un montaje que toca la fibra con palabra, música y danza. Si ‘Antaviana’ recreó hace cuatro décadas a Sisa, ‘Maremar’ lo hace con las canciones de Lluís Llach para adaptar un drama de Shakespeare, ‘Pericles, príncipe de Tiro’.

Este texto poco representado es el hilo conductor de un musical en el que mandan la emoción y la denuncia. Si Shakespeare narra las desventuras por las costas mediterráneas de un bondadoso príncipe, huyendo del acoso del gobernador de Antioquía, ‘Maremar’ recoge el título de una pieza de Llach para interpelarnos sobre la urgencia humanitaria que inunda las aguas del Mediterráneo. El llanto de una niña en un campo de refugiados abre el dibujo de una fábula, una metáfora sobre un canto a la vida y la fuerza del amor.

Nos llega mediante un sobrio andamiaje en una decisión que se antoja inevitable para abordar esta tragedia. Es una opción buscada, seguro, pero con el riesgo de que se flirtee con un teatro de estética ‘pastorets’. Los nueve intérpretes se multiplican en una amplia lista de personajes. Pocos útiles en escena y un gran telón de fondo con proyecciones alegóricas a ese mar rebautizado hoy como Mare Mortum. La música llega desde una esquina, y con la percusión como base. No faltan tampoco en ese telón imágenes de la destrucción de Siria o de barcazas donde se busca una salida vital y tantas veces, ante una indiferencia inadmisible, se abre la puerta de la muerte. Las fotografías actúan como un lógico subrayado, aunque quizá ni falta hacían.

Porque toda la emoción y la atmósfera brotan con una excelente adaptación de Andreu Gallén de temas de Llach, con las no menos brillantes coreografías corales de Ariadna Penya, y con un reparto entregado a la causa, intérprete de piezas a capella que erizan la piel. En cabeza marchan Roger Casamajor (un gran Pericles que no desentona cuando canta), Mercè Martínez (capaz de transitar por igual por el drama y por la farsa), Aina Sànchez (de paso firme y voz luminosa) o Elena Tarrats. Ya maravilló en ‘L’ànec salvatge’ y aquí deja voz de ángel como Marina, la hija de Pericles con quien se reencuentra en un tramo final de crescendo recibido con contagioso entusiasmo por la platea, incluidas la alcaldesa Ada Colau o la ‘consellera’ Laura Borràs.