Ópera italiana 6 - Ópera alemana 0

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Rosa Massagué

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Hay muchas medidas para valorar, explicar y justificar una temporada operística. La del Liceu, que se inaugurará el próximo 5 de octubre gira, según su directora artística Christina Scheppelmann, alrededor de tres ejes: grandes voces, gran repertorio y variedad de producciones. Si pensamos en que habrá nombres rutilantes como los de Irene Theorin, Piotr Beczala, Sondra Radvanovsky o Diana Damrau; óperas como ‘La Gioconda’, ‘Madama Butterfly’ o ‘Tosca’, y producciones tan distintas como una tradicional ‘L’italiana in Algeri’ que firma Vittorio Borrelli, o una ‘Rodelinda’ con una propuesta del polémico Claus Guth, deberemos darle la razón a la directora artística.

Sin embargo, una temporada de un teatro como el Liceu no empieza ni acaba alrededor solo de estos tres ejes. Hay otro más que es el equilibrio. Y a la programación le falta esta mesura. Continua, como ocurría en la última temporada, la inflación de ópera italiana. Si aquella acabó con Donizetti, esta empieza con Bellini, aunque al menos en esta hay una mayor variedad de compositores. Habrá Bellini inaugurando con ‘I puritani’, Rossini (‘L’italiana…’), Puccini (‘Madama Butterfly’ y ‘Tosca’), Ponchielli (‘La Gioconda’) y Verdi (‘Luisa Miller’).

Se interpretarán dos Händel, la citada ‘Rodelinda’, y ‘Agrippina’, ésta en versión de concierto. Y la dosis homeopática habitual de repertorio francés con ‘Les pêcheurs de perles’, de Bizet, así como ‘Hamlet’, de Ambroise Thomas, ésta en versión de concierto.

Lo que no habrá será ópera alemana. Ni Mozart, ni Wagner, ni Strauss, por citar a los grandes. El mito de la Barcelona wagneriana cada vez aguanta menos, pero un Wagner al año no hace daño. Y no, no vale usar doblemente el nombre del compositor (‘De la influència a Wagner, a la influència de Wagner’) para anunciar un concierto con obras de Schubert y Mahler, ni ofrecer la reducción de ‘El anillo del Nibelungo’ a 90 minutos de música orquestal que había hecho Lorin Maazel.

‘Katia Kabanova’, de Leos Janacek, es una gran incorporación a la temporada, pero ella sola no basta para cubrir el espectro operístico centroeuropeo y eslavo ni el del siglo XX. Sobre aquel siglo, tampoco es suficiente ‘Candide’ en versión de concierto. Que el centenario del nacimiento de uno de los grandes compositores del siglo XX y uno de los más populares, Leonard Bernstein, se liquide sin la representación escénica de esta obra que además de ser estupenda, es una gran lección política y filosófica necesaria en los tiempos que corren, es insuficiente.

La composición del siglo XXI estará presente con el estreno absoluto de ‘L’enigma de Lea’, la primera ópera de Benet Casablancas, con libreto de Rafael Argullol, que debía haberse presentado en la temporada 2014-2015. Este estreno cubre el doble expediente de una obra contemporánea y de un compositor catalán.

Un aspecto de esta programación que merece el aplauso (en realidad, debería ser lo normal) es la fuerte presencia de jóvenes cantantes de casa como Lydia Vinyes-Curtis, Josep-Ramon Olivé, Sara Blanch, Toni Marsol, Mercedes Gancedo o Beñat Egiarte entre muchos otros, en papeles secundarios. Estas voces necesitan pisar el escenario del Liceu, ganar experiencia y que el público las conozca.

Reconforta saber que Josep Pons seguirá como director musical del teatro hasta el 2022 porque ello indica que el proyecto de renovación de la orquesta que inició, en realidad el más fundamental en este difícil momento del teatro, tendrá continuidad. Pons también verá hacerse realidad un ciclo de música de cámara con miembros de la orquesta.

A falta de una mujer dirigiendo la orquesta como ha ocurrido en las dos últimas temporadas, en la próxima habrá tres directoras de escena, Annilese Miskimmon (‘I Puritani’), Carme Portacelli (‘L’enigma di Lea’) y Lotte de Beer (‘Les pêcheurs de perles’).

Que el Liceu tenga grandes voces es algo que todos debemos agradecer, pero si estas grandes voces formaran parte de una programación equilibrada, de una temporada que diera satisfacción a todos las sensibilidades musicales que conviven en el Liceu, sería fantástico. Pero no es así y es una pena. 

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