OBITUARIO
Muere Burt Reynolds, icono viril del Hollywood de los 70
El carismático protagonista de 'Los caraduras' y 'El rompehuesos' fallece en Florida a los 82 años
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Quizá no fue un actor enorme y de muchos registros, aunque funcionaba muy bien tanto en la comedia -con un sentido del humor a veces autoparódico- y el cine de acción. Pero el estadounidense Burt Reynolds, fallecido este jueves a los 82 años, al parecer de un paro cardiaco, supuso un punto y aparte en la masculinidad característica de Hollywood, un actor cuyo atractivo y sex appeal, bigote incluido, apenas tenía nada que ver con el de los galanes del cine clásico norteamericano y con los rostros más serenos e intelectualizados, de erotismo más introvertido, que le habían precedido, los de Paul Newman, Steve McQueen o Warren Beatty.
Reynolds, nacido en 1936 en la localidad de Lansing, en Michigan, debutó en el cine a mediados de los 60 tras haber aparecido en papeles secundarios en las series televisivas más relevantes del momento, de Alfred Hitchcock presenta a La dimensión desconocida, de Perry Mason a La ley del revólver. Nada hacía presagiar que se convertiría en un nombre tan popular, de trayectoria en zigzag: muchas películas del montón y, de vez en cuando, una presencia contundente en un título relevante.
Sus primeros personajes protagonistas fueron en el wéstern, aunque resultó siempre un cuerpo extraño en el género del Oeste: el indio Navajo Joe en Joe, el implacable (1966), un eurowéstern de Sergio Corbucci; el mestizo también apodado Joe de 100 rifles (1969), de Tom Gries, extraña parábola antirracista coprotagonizada por un sheriff de raza negra, Jim Brown, y una revolucionaria mexicana, Raquel Welch; y Sam Whiskey (1969), de Arnold Laven, en el papel de un mercenario de inclinaciones deliberadamente cómicas.
En esta época de asentamiento trabajó en películas tan desconcertantes como Arma de doble filo (1969), alucinante mezcla de thriller, aventuras y peleas con tiburones orquestada por Sam Fuller, antes de iniciar la más fecunda de sus etapas, básicamente en relatos policíacos de una contundencia y violencia notables pese a que Reynolds, como action man, resultó bastante distinto a Charles Bronson y otros justicieros.
Es la época de títulos como El turbulento distrito 87 (1972) de Richard A. Colla, ejemplar policíaco setentero; El rompehuesos (1974) de Robert Aldrich, drama carcelario con partido de fútbol americano incluido entre prisioneros y guardias en el que Reynolds ya imponía uno de sus habituales recursos, el lucimiento de su torso velludo; o Destino fatal (1975), del mismo Aldrich, formando pareja antitética con la glamurosa Catherine Deneuve.
Pese a esa imagen robusta, de macho man, Reynolds demostró en estos años una ductilidad que le debería haber granjeado mayores simpatías críticas. Está excelente en Defensa (1972) de John Boorman, como uno de los excursionistas urbanitas atrapados en los confines atávicos de los Apalaches. Y está muy bien en comedias musicales como At long last love (1975) de Peter Bogdanovich y Los aventureros del Lucky Lady (1975) de Stanley Donen, dos filmes donde pudo lucir imagen retro además de bailar y cantar. Incluso apareció en La última locura (1976), el homenaje-parodia de Mel Brooks al cine mudo, y fue un comedido galán romántico en El hombre que amó a Cat Dancing (1973), un desconcertante wéstern de Richard C. Sarafian.
Nominado al Oscar por 'Boogie nights'
La comedia con elementos de acción -Los caraduras Los caraduras(1977), Vuelven los caraduras (1980), Los locos del Cannonball (1981)-- le dio de vivir, pero Reynolds aprovechó su evidente tirón popular para pasarse a la dirección y realizar películas notables como La brigada de Sharky (1981) o Jugar duro (1985), thrillers ásperos y a contracorriente.
Se río de sí mismo en Ciudad muy caliente (1984), coprotagonizada con Clint Eastwood. Maduró bien y envejeció con dignidad: nunca estuvo mejor que como productor de cine porno en Boogie nights (1997), de Paul Thomas Anderson -su única nominación al Oscar-, aunque nunca hizo unas apariciones más ridículas como las del congresista embobado por Demi Moore en Striptease (1996), de Andrew Bergman. Dirigió su última película en el 2000, pero como actor seguía a un ritmo ciertamente frenético para su edad y las secuelas de algunas de sus adicciones (a los calmantes, por ejemplo). Tarantino le había escogido para uno de los protagonistas de Once upon a time in Hollywood.
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