crítica de cine

'La monja': Un 'spin-off' poco hereje

Corin Hardy despliega un rico imaginario visual que nos introduce en un espacio a medio camino entre lo religioso y lo profano, entre la devoción y el mal en estado puro

Beatriz Martínez

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El universo ‘Expediente Warren’ sigue expandiéndose, tomando en esta ocasión como punto de partida una de las imágenes más escalofriantes de la segunda parte, la de una monja diabólica surgida de las peores pesadillas de Ed Warren que desde un lienzo pintado por él mismo, parecía cobrar vida a través de su mirada maligna.

La monja’ se encarga de contar los orígenes de esa criatura, como ya ocurrió anteriormente con el icónico personaje de Annabelle, y lo hace desplegando un rico imaginario visual que nos introduce en un espacio a medio camino entre lo religioso y lo profano, entre la devoción y el mal en estado puro. Y lo hace a través de un estupendo trabajo de ambientación: en un convento inhóspito en los Cárpatos de Transilvania repleto de criptas, mausoleos, cruces invertidas, cristos decapitados y en el que late el ambiente alucinógeno y de pesadilla. El director, quizás consciente de la escasa elaboración del guion y de la construcción de personajes, apuesta por la creación de atmósferas y por un espíritu de serie B que lo hubiera emparentado con la Nunsplotation si no fuera porque en el fondo resulta un producto demasiado ‘mainstream’. 

Lo peor de ‘La monja’ es que vuelve a caer en la tentación del susto fácil a través de los efectos de sonido y de un guion hecho con escuadra y cartabón en lo que se refiere a las mesetas de calma y los sobresaltos milimétricamente orquestados.

A ‘La monja’ le hubiera venido bien ser un poco más blasfema y subversiva, más pecaminosa y turbia. Pero en tiempos acomodaticios se pierden las mejores oportunidades de ser un poco más herejes.