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Un día mendocino

O posible crónica de la jornada en que presentaré la nueva novela de Eduardo Mendoza

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jcarbo44897224 eduardo mendoza180904143520 / RICARD FADRIQUE

Miqui Otero

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 Ha llegado el día en que, como decía el detective de 'El laberinto de las aceitunas', pasaré “de agudo observador a perplejo protagonista”. Y con el día se han presentado los nervios, que templo repitiéndome dos apuntes: ni era agudo ni seré protagonista.

Hoy presento en la biblioteca Jaume Fuster la nueva novela de Eduardo Mendoza, que, por si fuera poco, es una de las mejores que ha escrito. Más que un libro autobiográfico es la autobiografía de un personaje ficticio que solo Mendoza podría haber imaginado y que transita por muchos escenarios históricos que su creador habitó. Siempre que se edita uno de sus libros, reflexiona su editora en la nota de prensa, muchos preguntan si es de los de risa o de los serios. Con 'El rey recibe' me pasa lo mismo que con las fundas de papel con una franja de plástico transparente en las que los supermercados presentan sus barras de pan: ¿se reciclan en el contenedor amarillo o en el azul? A mí Mendoza me hace reír ante lo solemne y reflexionar cuando río, así que sigo ovillado en el símil fallido mientras me afeito a la luz cetrina del baño.

Identificación

Lamento explicar todo esto, pero diré de esta columna lo mismo que Shanti Andia en el libro de Baroja: “Tengo que hablar de mí mismo: en unas memorias es inevitable”. Así que probablemente hoy le explicaré a Mendoza que me he identificado con el protagonista, cuya aventura arranca como periodista precario que debe cubrir una extraña boda real en Pollensa. En mi caso me estrené cubriendo el parto de una cabra en una aldea lucense y, como un Quijote que hubiera leído solo a Mendoza, titulé solemnemente: “La cabra alumbró a siete cabritos”. No contenta con parir, la cabra “alumbró”. Alumbró, dije, como uno de sus personaje paródicos. Debieron pensar que se me había contagiado la cordura de la cabra. El lumbreras.

Lo que está claro es que hoy presentamos una de las novelas más mendocinas, o mendocianas, que se publicarán jamás (los nombres como sacados de 'Pulgarcito', las fugas fantasiosas, el análisis inteligente de los mecanismos del poder, la reescritura de la historia a partir de la anécdota personal), como mendociano, o mendocino, podría ser este día. Es muy probable que un repartidor de Amazon me entregue un mapa del tesoro en unos segundos. O que el portero de mi edificio se toque el lóbulo de la oreja para darme a entender que unos anarquistas están a punto de socializar la caldera de la finca. O que en la comida con el escritor, su editora y su jefa de prensa suceda algo inesperado: cuando rebañe con una miga de pan el gazpacho el plato me podría mostrar el siguiente mensaje: “Acabas de ser asesinado”. Entonces me agarraré con aprensión a la corbata amarilla del camarero y pronunciaré lo mismo que aquel borbón en el lecho de muerte: “Cuando era rey…”

Todo es posible en una novela de Mendoza y en un día mendocino. Todo lo es por dos razones: el azar desordena la vida y ordena las ficciones. Y Mendoza tiene el talento para que todo sea verosímil o deseable. Sobre todo lo más increíble.

Siestecita

Si salgo airoso de los cafés, iré a casa a descabezar una siestecita, que es lo que hacen todos los personajes de Mendoza antes de que les vuelvan a ocurrir cosas que jamás habrían soñado. Y luego me pondré el 'Sgt Pepper’s' de los Beatles, futurista por ser ambicioso colaje del pasado, tan importante en la vida de Mendoza y en la de Rufo Batalla, protagonista de esta novela que es memoria por personaje interpuesto, ultrapersonal ensayo coletivo y ficción eufórica.

Su protagonista, como la monja del año del diluvio, el Mauricio de las elecciones, el detective manicomial, el Prullàs de la comedia ligera, el Miranda del caso Savolta, es ese héroe accidental (y accidentado) tan mendocino. Uno de esos personajes que parecen carecer de carácter y que, si carácter es destino, por eso son tan excitantes: porque no sabes cómo napias acabarán. Es una suerte poder preguntárselo a Mendoza, el único que sabe encajar finales en puzles de los que al resto nos faltan piezas. Finales que, incluso cuando no son felices, rematan libros que nos hacen querer seguir tendiendo a la felicidad o creer que esta existe.