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El MACBA desvela los recuerdos de toda una vida del pionero Francesc Torres

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Eduardo de Vicente

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¿Cuántos recuerdos hemos atesorado a lo largo de nuestra vida? Multitud de pequeños juguetes que hemos guardado desde la infancia con cariño u otros objetos que nos transportan a momentos importantes de nuestra existencia, bien sean positivos o negativos. Toda una vida expresada a través de las cosas con las que nos hemos identificado. Esto es lo que ha hecho Francesc Torres (Barcelona, 1948), pionero del lenguaje de la instalación multimedia que expone, hasta el 11 de septiembre, su archivo personal repleto de detalles con los que podemos volver atrás en el tiempo.  Todo ello lo muestra en la torre del edificio de Richard Meier del MACBA bajo el título La campana hermética: Espai per a una antropología.

Al inicio podemos ver un curioso gran cuadro de la Conferencia de Yalta de 1945 pintado por Santiago Ydáñez en el que se ha incluido a Torres entre Molotov y Stalin como si fuera como un diplomático más. Y eso que en aquella fecha aún no había nacido... Un taxi de Barcelona en miniatura y la puerta abollada de otro nos dan la bienvenida a este mundo de magia que reúne más de 3.500 piezas. Al entrar en la sala observaremos que sus paredes negras están ocupadas por máscaras de todo tipo, algunos cuadros y sillas colgadas en posiciones torcidas. Unas pantallas también proyectan continuamente imágenes de noticiarios norteamericanos o de la comedia de Marilyn Monroe, La tentación vive arriba.

Pequeñas maravillas repartidas en cinco vitrinas

El suelo está cubierto por una llamativa alfombra roja, como si estuviéramos en la ceremonia de los Oscar y, sobre ella, se encuentran cinco vitrinas repletas de diminutas maravillas. La primera que observamos está llena de coches de juguete, cientos y cientos, casi todos con sus correspondientes cajitas. Hay de todo tipo: de carreras, de lujo, de policía, tanques o señales de tráfico. Mira, este lo tenía yo cuando era pequeño…

En la siguiente encontraremos los inolvidables soldaditos de la segunda guerra mundial, con múltiples ejemplos en versión física o recortables. Allí también están los cartagineses que acompañaban a Anibal en sus conquistas inspirados en la película homónima, un saloon del Oeste, un juego de competición naval o el de química (marca Atens), el tradicional joc dels pataconsunas cajas de quesitos antiguas y unos paquetes de Winston. Se ve que en el tránsito, Torres se nos hizo mayor. Si miramos hacia arriba descubriremos que también está el inevitable Scalextric.

Las aventuras y la posguerra

El tercer espacio está dedicado en su mayoría a objetos relacionados con las aventuras desde un pequeño baúl para guardar cromos a una pistola de madera, los inolvidables libros de Emilio Salgari, un abrigo blanco que parece salido de una novela de Jack London, una lata de conservas oxidada, sellos (¿quién no tuvo en aquella época su colección?) o la mayor de las peripecias, el amor, o más bien el sexo, ya que hay restos de la desaparecida Casita Blanca como un cenicero para después de… o fragmentos de sus baldosas.

Pasamos a la cuarta vitrina que contiene diversos elementos que nos transportan a los días de la posguerra, una pitillera rusa, materiales (como bombas de mano o cascos del frente del Ebro), carteles propagandísticos, un puzzle para construir un barril de madera, una botella de vino con la efigie de Franco o, lo más sorprendente, una figurita de Supermán enarbolando la bandera de la URSS.

El último expositor nos ofrece una gran cantidad de revistas como Mecánica popular o la célebre Life acompañadas por las de aviación (Flaps), unos aviones de juguete o una chapa de las elecciones norteamericanas. Aquí el detalle más memorable es un adoquín de una calle neoyorquina del barrio de Tribeca donde Torres sufrió un accidente y fue atropellado (afortunadamente, sin consecuencias). Tiempo después, regresó al lugar del crimen para llevarse este souvenir del mal trago.

El trayecto finaliza y tenemos la impresión de habernos convertido en los espías de una vida, de unas experiencias íntimas, muy personales y haber hurgado en su baúl de los recuerdos. Eso, sí, Torres nos ha dado su beneplácito y ha querido que, repasando lo que sintió, nos transportáramos al pasado de su mano en un nostálgico viaje emocional.